El conflicto en Medio Oriente nos atañe a todos. Porque de hecho tiene que ver con todos nosotros los humanos, y porque además mucha parte de la población tanto nacional como mundial tiene vínculos afectivos claros con las nacionalidades que allí se encuentran. Además de los económicos y culturales. Conexiones relacionadas con la fe, la historia, la religión, la ideología y la manera de considerar lo que es justo o injusto, la percepción de la realidad, la lectura de los acontecimientos y las noticias que nos llegan, muchas de ellas interpretadas y listas para consumir.

Desde que los humanos aceptaron definir sus diferencias con guerras, la justicia no tiene garantías de triunfar. Triunfa el más fuerte, no el que tiene la razón de su lado. Aunque es una falacia decir que hay triunfadores en las guerras, pues en realidad todos pierden.

Cuando además mezclamos religión y razas como parte fundamental del conflicto, este se vuelve imposible de resolver, porque ¿quién puede enfrentarse con Dios? Una película documental sobre niños palestinos y judíos realizada a lo largo de varios años mostraba esa imposibilidad. Un niño palestino llave en mano decía: esta tierra es nuestra, acá estaba la casa de mis abuelos.

Y el niño judío replicaba Dios nos dio esta tierra en herencia, está en la Biblia, es nuestra. ¿Quién puede contra ese título de propiedad?

Uno de los desafíos... es educar y aplicar la creatividad para encontrar salidas nuevas...

Más cerca nuestro, cuando la guerra de Paquisha tanto los soldados ecuatorianos como los peruanos pedían protección y el triunfo a la Virgen de la Merced: Reina y Generalísima de las Fuerzas Armadas Ecuatorianas y, a la vez, Gran Mariscala y Patrona de las Armas del Perú.

Cuando veo un carro circulando con el letrero “Propiedad de Dios” me pregunto quién pagará las infracciones de tránsito en caso de que se cometan.

Hemos hecho un dios a nuestra imagen y semejanza. Hace algunos años vi la imagen de un Cristo presidiendo una misa en un cuartel militar con las armas y alimentadoras cruzándole el pecho.

El sacrificio que hacían los mayas, abriendo el pecho de la persona que sacrificaban y ofreciendo el corazón palpitante al dios que querían honrar, no está demasiado lejos de los horrores de los que somos testigos en el país, en las cárceles y ahora en las calles.

Además de las otras variables de si la religión y su extremismo hacen parte crucial del conflicto, tenemos la seguridad de que será imposible abordarlo bajo esa lupa.

Se multiplican los cursos de resolución de conflictos, los centros de mediación, los seminarios. Se forman negociadores y, sin embargo, la violencia parece sumergirnos y nos anestesia. Tenemos que aceptar que nuestros métodos para resolver conflictos no dan los resultados que esperamos. No hemos aprendido a integrar las emociones, la espiritualidad, las aspiraciones más profundas del alma humana en la gestión de los conflictos.

La ONU cumple un rol de contención, pero se muestra inadecuada porque es más un organismo de debate que de diseño de soluciones. Y ese diseño no es el mismo para cada conflicto. Habría que hacer varias adecuaciones a su estructura y funcionamiento.

Uno de los desafíos fundamentales para nuestra supervivencia es educar y aplicar la creatividad para encontrar salidas nuevas a conflictos viejos y nuevos. (O)