Mientras celebraba el Día del Padre, recordé el legado que dejó el mío sobre integridad, solidaridad y cultura de trabajo. Esta vez contaré historias cortas sobre startups, que deben nacer de una cultura donde primen los valores aprendidos en casa, que enseñan, además de crear riqueza material, a buscar el bien común, con integridad para generar bienestar con responsabilidad social.

La película Startup muestra que la naciente empresa debe tener una buena estrategia de negocio y valores corporativos, que promuevan rentabilidad y permanencia; así, es vital que los socios sean personas cuya experiencia se complemente, apasionados por la actividad a emprender, íntegros y socialmente motivados. Impresiona cómo se asocian una genio de la tecnología, un banquero de inversiones y un narcotraficante, que crean una fintech de alcance mundial. Debido a que cada uno tiene diferente visión, desde el inicio de la empresa afloran sus valores individuales, afectando a la imagen de la empresa, a sus empleados, inversionistas y clientes, arriesgando la supervivencia del negocio y su valor de mercado.

La exportación de café soluble a Rusia, a inicios de los noventa, fue mi primera aventura empresarial. Recién caído el muro de Berlín, Rusia experimentó la economía de mercado sin contar con la debida institucionalidad, sistema jurídico confiable, transparencia en el traspaso de los medios de producción, con sistema político imperfecto, pero con libre movilidad de capitales.

Pioneros en la venta de nuestro café soluble, tuvimos éxito el primer año. Clave para ello fueron la cultura de trabajo, implementación de procesos y gestión administrativa íntegra –en un ambiente no tan íntegro por falta de institucionalidad–; sin embargo, todo cambió cuando nuestro proveedor vendió su producción a la competencia alemana. La primera lección fue tener siempre más de un proveedor.

La segunda aventura empresarial, a finales de los noventa, fue con socios. Luego de un estudio de mercado, aportamos capital semilla y solicitamos crédito de largo plazo a un banco local, para producir y exportar rosas. Neófitos en agricultura, contratamos un ‘experto’ agrónomo, que sugirió comprar un terreno cerca de Latacunga –no apto para ese cultivo–. Segunda lección: No confiar en ‘expertos’ sino en profesionales independientes e íntegros, pues el ‘experto’ no realizó los análisis de agua, suelo y ambiente, necesarios para el éxito del proyecto. Tras años de baja rentabilidad, me retiré, aprendiendo la tercera lección: si el negocio no va bien, hay que venderlo pronto.

Según Alan Simpson: “Si tienes integridad, nada más importa. Si no tienes integridad, nada más importa”. Ecuador cambiará para bien cuando sus entidades públicas y privadas implementen códigos de ética, nacidos en la familia, consolidados en las aulas y materializados en las empresas.

El 24 de mayo, el presidente Lasso emitió el Decreto n.º 4, que fija normas gubernamentales de control ético. Bien pueden las startups y empresas en marcha establecer sus propios códigos para evitar corrupción y desperdicio de recursos, beneficiando a toda la sociedad. (O)