Subo al avión que me traerá de Guayaquil, hace días me bajé de una idéntica nave que me trajo del Sur. Mismo color, misma bandera, misma aerolínea. Confirmo nuevamente que los mullidos asientos de la aeronave han sido cambiados por los que una amiga llama “silletas”. En efecto, un delgadísimo cojín cubre la estructura de metal que no se reclina. Sí, tal cual, no se reclina. Bueno, estos son los asientos de atrás, los de las primeras filas son mullidos y reclinables. Y, ¿no es irresponsable haber aumentado tantas “silletas”, ocupando inclusive el espacio entre las puertas de la salida de emergencia?

En Ecuador los ancianos tenemos derecho a pagar un poco menos por los pasajes, pero la aerolínea se reserva el derecho de no permitirnos llevar ni una fundita de hallullas y quesos de hoja, porque ya se considera “maleta adicional”; además, nos asignan los incómodos asientos de las últimas filas. Asientos que compartimos con niños melosos y llorones y madres indolentes que pretenden callar a las criaturas a gritos y a caramelos. “Abrácele, invente un juego, cántele su canción favorita, hágale un juego de dedos”, quiero decirle, pero me aguanto. La juventud de la madre y la mirada inteligente de la vaca me hacen pensar que pierdo el tiempo. Por mi tinitus debo proteger mis oídos con algodón y vaselina, así que dejaré de oír el llanto.

Cuando le pregunto al Señor Google quiénes son los millennials (qué vergüenza, antes recurría al diccionario de filosofía de André Comte-Sponville), me dice: “Definir a un sector de la población como son los millennials no es tarea fácil, pero la mayoría de los medios coincide en algo: estos jóvenes nacidos a partir de los 80 son una generación digital, hiperconectada y con altos valores sociales y éticos. Todo esto y más les hace diferentes a generaciones pasadas”.

En Ecuador estrenamos hace poco un gobierno de jóvenes (a quienes las aerolíneas cobrarán pasaje completo, les permitirán llevar hallullas y no les tratarán como a la última rueda del coche), me gusta los de ‘altos valores sociales y éticos’. Habría sido una gran cosa lograr enterrar tanto chanchullo y componenda, pero da para pensar que no.

Muchos los critican por su inexperiencia, pero no dejan ver la posibilidad de un cambio con ideas y formas nuevas, entonces nos preocupa que no hayan trabajado en algo similar anteriormente. Pero yo me pregunto ¿cuántas veces ejerció el exministro de Energía cargos relacionados a su experticia? ¿Y? Aquí estamos jodidos y apagados. Entonces, crucemos los dedos y démosle al nuevo gobierno la oportunidad de hacerlo bien.

Pero, volviendo a las características de esta generación, parece que la principal es la de estar hiperconectados. Y esto sí es cuestionable. Conversar con alguien que no te mira cuando le hablas, caminar con alguien que no ve la belleza de los edificios que le rodean, comer, leerle un poema, reírte o abrazar a quien tiene sus ojos fijos en esa cojuda pantallita, suele ser terrible. Tanto como la falta de la más mínima educación de ciertos jóvenes: ¿Es mucho pedir que quien ha trabajado para ti cinco años te diga hasta luego? (O)