Moisés Caicedo no imaginaba la dimensión onírica de su llanto el 29 de noviembre de 2022. Estaba en el Estadio Internacional Khalifa de Rayán, Qatar. Las filmaciones consagraron ese instante: un astro arrodillado y derrotado. El entrenador Gustavo Alfaro lo intenta consolar, pero no puede. Es incapaz de levantarse. Su espíritu se ha desmoronado. Ese cuerpo cargado de poder físico y estratégico, se vuelve el vehículo de un llanto que lo trasciende y que es inabarcable. Hay un país diminuto, crucificado por los Andes y la línea equinoccial, que llora con él. ¿Qué hay detrás del llanto del Niño Moi? ¿Ingenuidad? ¿Acaso pensaba que el Ecuador podía ganar el Mundial? ¿Qué sentía el país, mientras el astro lloraba ante todo el planeta?

Moisés nació en Santo Domingo, se formó en el Espoli y Colorados Sporting Club, hasta llegar al Independiente del Valle, quizá su verdadero rito iniciático, que lo llevó a ser campeón de la Copa Libertadores Sub-20 y lo develó como estrella. Mientras la descomposición de su país se volvía inevitable, fue fichado por el Brighton de Inglaterra, esa civilizada isla de neblina en donde nació el fútbol. Poco después, los míticos Liverpool F.C. y Chelsea F.C. se disputaron a Moisés, triunfando el segundo club, en la que es, probablemente, la transferencia más costosa de la historia de la Premier League hasta hoy.

Cuando el niño Torres jugó su último partido, la hinchada rojiblanca logró poner en palabras lo que todo colchonero sentía en su corazón: “De niño a leyenda”. Rebosante de emociones, el Wanda Metropolitano ascendía a los altares de la historia del fútbol español a una figura que les había dado esperanza y felicidad. También en el caso de Moisés, por haber iniciado tan joven su camino como leyenda, la prensa y sus seguidores le bautizaron como niño. Él, consultado sobre la posibilidad de ser apodado Moisex, se ratificó: “Me gusta que me digan Niño Moi, me gusta eso porque soy un niño.” Un niño que llora, un astro que se quiebra, una promesa que entra a la historia del fútbol, pero que hoy sabe, dolorosamente, que a la historia de su país no la podrá cambiar, porque, como escribió Calderón de la Barca, “los sueños, sueños son”.

Ahora, cuando el Niño Moi se lanza al cumplimiento de su destino, vuelvo a su llanto. El llanto que derramó el futuro, al cobrar conciencia de cómo era el presente. El llanto con el que regó la tierra para una nueva siembra y cosecha. Quizá el sueño del Niño Moi no era, en el fondo, que su país gane el Mundial, sino que su país sea feliz. Y ahora, cuando el devenir de la historia ecuatoriana se nos derrama encima, como si al final del camino lo que nos espera es un despeñadero, es el Niño Moi y su fichaje por los leones azules lo que nos da felicidad y fe. Quizá, gracias a él, por unos segundos podemos ser capaces de creer que hay futuro. Y tal vez lo haya. En el anuncio de su contratación mostró, junto a su madre, una foto de 2020 en Cayambe, cuando él portaba la camiseta del Chelsea, no como una premonición sino como un deseo. Y es que toda la vida, como pensaba Calderón de la Barca, es y debe ser un sueño. (O)