Como todo buen hijo que honra a su padre y a su madre, en ocasiones, mis hijas se quejan de mí. Me da la impresión de que me ven como a La peor señora del mundo, ese bello cuento del mexicano Francisco Hinojosa. Pero yo siento que Carito y Paz son mi mejor libro. No importa lo que ellas digan; al verlas confirmo que he sido una supermamá. Ellas son simpáticas y honestas en grado superlativo, inteligentes y diferentes, maravillosamente diferentes. Esa es la prueba de que las dejé ser. Caro desde chiquita fue bailarina, sociable, farrera, traviesa. Paz, todo lo contrario.

Cuando se acercaba la fecha de sus cumpleaños, yo les preguntaba si querían fiesta. Mientras a la una le faltaba espacio para invitar a tanta gente y le sobraban ideas y temas y juegos para su fiesta, la otra preguntaba si era posible canjear la fiesta por un viaje, un caballo, un libro o un helado gigante.

Creo que fue para su cumpleaños de 8 que Mariapaz dijo que quería “fiesta con payaso”. Me volví loca con la preparación, compré todos los payasos decorativos que encontré y entrevisté 4 payasos. Los requisitos de la cumpleañera eran que no fuera agresivo, que no diera golpes, que amara los perros e hiciera reír. ¡Lo logré! Conseguí un chico clown que reunía las características exigidas. Pero el pinche payaso ecológico, pacífico, gracioso y mágico ¡nunca llegó! ¡Cómo lo odié! ¡Cómo lo odio hasta hoy!

Esta historia la conté en mi primer libro: Margarita peripecias. Pero ahí la fiesta no se echó a perder; al contrario, los niños y niñas armaron un equipo de fútbol que se llamó Club Deportivo No Necesitamos Payasos.

En la tapa de este libro, cuyas ilustraciones las hizo Pablo Pincay, posa Margarita con la camiseta roja de su equipo en la que se leen las siglas CDNNP.

Hace poco, Patty Andrade, una querida alumna del taller de narrativa, recomendó en Twitter la lectura de mi libro y puso la foto. Yo, agradecida, la compartí. Me dio gusto ver que los padres decían que a sus hijos les gustó, pero de pronto un comentario me sorprendió. Había quien afirmaba con total solvencia: “Parece un poquitín comunista...”. No me asustan particularmente los comunistas; simplemente creo que no existen. Ojalá los hubiera.

Algunos tuiteros le preguntaron si leyó el libro, que qué le llevó a sacar esa conclusión, que cuál era la parte comunista, que era un libro infantil... Ella aceptó no haberlo leído, pero dijo que cómo no iba a ser comunista si la niña en la tapa, visiblemente, usaba la camiseta que fuera del equipo de la selección de fútbol de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en los años noventa. Que en efecto eran rojas y tenían las siglas CCCP.

La alegría del primer momento se transformó en insomnio y en pesadilla. Me quedé toda la madrugada preguntándome: ¿cómo funciona la mente de los ecuatorianos? Esto es una bobería que a más de uno arrancará una risotada, pero no es ningún chiste, porque esa misma forma tan ligera y tan suelta de huesos de mirar las cosas pueden tener los médicos al recetar, los jueces al sentenciar, los políticos al gobernar; y, sin duda, la tenemos ¡los votantes al votar! (O)