El profundo respeto que su nombre inspira tiene que ver con la idea del viaje. Toda indagación en el lenguaje implica un trayecto, como el de quien deja Ítaca para, años después, volver con heridas cicatrizadas y sabiduría. Así ha sido la trayectoria de Cecilia Ansaldo Briones, guayaquileña nacida en 1949, que ha dedicado su vida a la docencia, el ensayo y la crítica literaria, es decir, al riguroso cuidado de la lengua que hablamos en el Ecuador. Además, ha sido la principal gestora de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, por supuesto la principal del país, precisamente porque en Quito hemos fracasado, en todos los sentidos posibles, en articular y sostener un verdadero evento de esas características.

Deben ser muchos los escritores y lectores que pasaron por sus aulas y a quienes ella compartió su lucidez. Así como somos muchos quienes la leemos en su columna de este Diario. Su incansable labor implicó que sea recibida como miembro de número en la Academia Ecuatoriana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, y lo hizo con el discurso “De la voz armoniosa y profunda: mujer y poesía en la obra de María Piedad Castillo de Leví y Aurora Estrada i Ayala”.

La pude conocer en persona el año pasado, en el marco de la edición 2023 de la feria de su ciudad. Cuando la saludé, me comentó que había leído Bruma, mi novela. Me alegró inmensamente que Cecilia Ansaldo hubiese tomado en cuenta, en sus lecturas, la ópera prima de un joven escritor quiteño. En esa ocasión, pude comprobar el nivel de organización de la feria: había autores e intelectuales de todos los sectores del espectro literario y del político. El alto sentido de pluralidad daba cuenta de que, a diferencia de Quito, el diseño de este evento no tenía al amiguismo (y al enemiguismo, por tanto) como su parámetro central. Siento gran orgullo de que el primer lanzamiento de mi novela fuese en el Puerto Principal y en ese encuentro.

Decía el expresidente Carlos Julio Arosemena Monroy que “ser guayaquileño es una actitud ante la vida y una resolución ante la muerte”. Lo he recordado ahora cuando he decidido escribir un homenaje a la guayaquileña Cecilia Ansaldo, por todo

lo que ella ha entregado a su labor cultural y literaria, especialmente como crítica y experta en el género del cuento y de la literatura escrita por mujeres. Además, impresiona su aporte como lectora, precisamente a través de sus comentarios en sus columnas, siempre inteligentes y capaces del sentido crítico, siempre generosa cuando cabe y, sobre todo, siempre consciente de esta región infranqueable y definitiva, a veces brumosa y olvidada, que constituye la literatura ecuatoriana. ¿Acaso esa decencia y lucidez es su anhelada Ítaca? Su actitud ante la vida, altiva y serena, le ha permitido hacer honor al sentido profundo de la tradición literaria: usar el lenguaje para designar el oprobio. Por eso, hace algunas semanas, fue atacada por un descompuesto, rústico y patán (cito, por supuesto, a Alonso Quijano). A Cecilia Ansaldo aquello ni le va ni le viene. Ella seguirá siendo lo que es: una maestra enorme de nuestra literatura. (O)