Escribo al comienzo del día que marca el fin del año.

Esmeraldas vive su propia guerra interna, al margen de los deseos y abrazos de una población que anhela un buen año nuevo. Fuego, secuestros, muertos y en el resto del país encuentros, atuendos, comidas, cohetes. A veces nos recorre un escalofrío: ¿son fuegos artificiales o balas? Los animales jadeando, se esconden. En muchos barrios de la ciudad para salir de su perímetro deben justificar a dónde van. Nadie entra, nadie sale sin permiso, solo ambulancias y quien demuestre ser pariente. Somos casi con orgullo el país más violento de América Latina.

Un propósito

En el resto del mundo, las guerras cada vez más violentas y sofisticadas buscan un objetivo donde los seres humanos son números, piezas perdidas o rescatadas, importantes si son de los míos, los demás no importan. Cada parte dice tener la razón, se considera víctima, y el otro, ese gran desconocido, es alguien que pueden matar, secuestrar, torturar, porque no les reconocen como humanos, no importa su sufrimiento, aun cuando sean niños. Es fácil identificarlo en guerras lejanas, pero no lo asumimos en las que vivimos todos los días.

En mi jardín una oruga hermosa, mimetizada con la rama, acaba con las hojas del árbol de Navidad y los caracoles se esconden en las hierbas luego de un enorme festín nocturno que dejó agujeros en bellas hojas y en algunos casos plantas muertas. La cochinilla se resiste a partir mientras lavo con esmero, hoja por hoja, la veranera que me regala hermosas flores de varios colores.

Primer día

Los sapiens, nosotros, únicos sobrevivientes de las razas humanas que han habitado esta tierra pequeña y fecunda, nos dedicamos a exterminarnos unos a otros, y de paso la naturaleza que nos cobija, nos nutre y nos sostiene. Somos depredadores feroces e inconscientes.

Lo que la planta tiene de florido vive de lo que tiene sepultado. Lo que vemos y sufrimos de nuestra violencia colectiva se alimenta de lo que cada uno y en conjunto es, hace, permite o calla. Una vez que creamos el monstruo que nos somete y nos gobierna, es muy difícil derribarlo y aniquilarlo. Adquiere una dinámica propia que escapa de nuestro accionar individual.

El año que se va

A menos que volvamos adentro, al centro potente de nuestra vida, y encontremos el destello de luz escondida que pugna por iluminar las tinieblas, el diamante en que la enorme presión de la vida convirtió nuestro carbón inicial en roca que emana luz, allí, desde ese centro la realidad puede cambiar. No basta que algunos encuentren el camino, porque los caminos se hacen en conjunto, de lo contrario son huellas que el tiempo, el viento, el sol y las lluvias borran. Hacen falta muchos para construirlos. En la arena se esfuman, en la tierra hay que constantemente mantenerlos, en la roca es más difícil, pero perduran.

Este ciclo que comienza nos necesita alertas, conscientes y unidos, porque reaccionamos o desaparecemos como sociedad que dice amar la paz y quiere lograrla.

El espejo que nos refleja nos devuelve una imagen grotesca que tenemos urgencia de cambiar. Serán parches si actuamos solos, o caminos en la roca si confluimos en propuestas que pongamos en marcha aceptando fracasos, corrigiéndolos y avanzando.

Es posible, siempre lo ha sido. ¿Estamos listos? (O)