Son pequeños, de color café su torso y la cabeza un poco marrón cálido. Vuelan alrededor de las luces en los postes o de los focos de la viviendas y, cuando se chocan con una estructura, suena como cuando se arroja una piedra pequeña.

Estas son algunas de las características de los Phyllophaga sp., una especie de escarabajo que es muy frecuente verla en la época lluviosa de la zona costera. Dennisse los ha visto en las noches y les tiene pavor. “No me gustan y, cuando llueve, hay muchos”, dice la mujer.

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Pero también están en la Sierra, específicamente en Quito. Fernanda Villarreal siente temor cuando los ve en el parque La Alameda: “Me da miedo; me alejo de ellos”. Mientras que a Jordan Landeta le causan curiosidad. Los observa cuando sale a trotar y no le causa “asco” si es que en algún momento le cae uno.

En Guayaquil se observa más a los Phyllophaga sp. en urbanizaciones como las que están ubicadas en la parroquia urbana de Chongón, en fincas o lugares con cultivos. Especialmente los comuneros de Chongón los llaman “manichos”; y en otros países, como México y Colombia, lo apodan como “gallina ciega”. Estos solo son nombres locales, dice Santiago Villamarín, entomólogo y docente en la Universidad Central del Ecuador.

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El Phyllophaga sp. se inicia como larva bajo tierra y su ciclo dura un año, según el libro Escarabajos del Ecuador, elaborado por Villamarín, Vladimir Carvajal y Ana María Ortega y que consta de 350 páginas.

Esas larvas pasan de doce a catorce días luego de que el huevo ha sido depositado y, solo si la temperatura alcanza un promedio de 26 °C, emergen y comienzan a alimentarse de materia orgánica y raíces. El periodo larvario dura 21-32 semanas, en el cual pasan por varias etapas.

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“Las larvas se alimentan de raíces, suelo y materia orgánica en descomposición. Su excremento tiene forma de pastillas cuadrangulares (pélets), las cuales ayudan significativamente a la humificación y reincorporación de nutrientes al suelo”, resume este libro.

La hembra fertilizada deposita un huevo a una profundidad de entre 5 y 15 centímetros, dependiendo del tipo de suelo y la especie de escarabajo. Pone entre 60 y 80 huevos durante toda su vida y, de estos, el 80 % muere; solo un 20 % resulta en nuevas especies.

El aspecto de esta especie les causa temor a algunos ciudadanos. Foto: Belén Zapata.

Villamarín explica que las larvas viven debajo de los árboles y, cuando cumplen su metamorfosis, salen como adultos. “Y se alimentan de néctar y de savia de los árboles. No son depredadores de otros animales”, recalca el entomólogo, quien resalta que esta especie hace un hueco en la tierra y esto permite la entrada de oxígeno.

Y agrega: “Cuando la vegetación ha sido destruida, estos animales tienden a convertirse en plagas porque se alimentan de las raíces que quedan. Ellos mejoran la tierra, la productividad del suelo de una manera grande cuando son larvas”.

Josué Franco, investigador asociado del Inabio, indica que, en la adultez, salen de la tierra cuando esta se ablanda por las lluvias y su función es aparearse: “Pasan mucho tiempo bajo el suelo y necesitan alimentarse bastante. Y, cuando emergen como adultos, permanecen como una o dos semanas y en ese tiempo tienen que salir a reproducirse. No viven mucho”.

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Franco afirma que esto ocurre en las noches y esa actividad de estar cerca de las luces se llama vuelos nupciales. “Como se ven atraídos por la luz ultravioleta, al día siguiente es muy frecuente verlos muertos, que en muchos casos ya lograron reproducirse, y su etapa de vida ha terminado. Se reproducen y mueren: es normal”, señala.

Los manichos o gallinas ciegas son proteínas y forman parte de la dieta de monos, armadillos y guatusas. No causan afectación al ser humano; no pican. Lo que ocurre es que se adhieren con sus patas. “Como tienen uñas grandes, lo que hacen es apretar un poco cuando se lo toca o se lo coge, pero no con la idea de hacer daño, sino de aferrarse a una rama o algo”, explica Franco.

Álex Pazmiño, investigador en Inabio, cuenta que los Phyllophaga sp. aparecen en la Costa de octubre a febrero aproximadamente, y en la Sierra, como en Quito, de octubre de diciembre. En la capital están más en los parques, en una parte seca, después de llover.

“De 17:00 a 18:00 se los ve volando. Son bichos que viven naturalmente. No tienen una afectación al ecosistema; más bien son parte de la fauna urbana”, añade Pazmiño. (I)