Cinco perros negros en diferentes posturas, estáticos como gárgolas, protegiendo a una mujer vestida de blanco que oculta su identidad detrás de uno de ellos… así yo entraba en un estado de absorta melancolía, mientras descubría el mundo artístico de Roberto Noboa Vallarino (Guayaquil, Ecuador 1970). Estudió pintura en la Clark University, Estados Unidos, de 1989 a 1993. A su retorno a Ecuador expuso por primera vez su obra en el Salón de Julio de Guayaquil, asociándose posteriormente con la galería de arte contemporáneo DPM. Obtuvo una maestría en artes, concentración en pintura, de la New York University en 1998. Su amplia trayectoria incluye diversas exhibiciones individuales y grupales, nacionales e internacionales. Entre ellas, la más notoria y reciente fue una retrospectiva titulada 12:21 en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito en el 2014, que ocupó tres salas y dos patios.

En celebración al aniversario de 25 años de trayectoria en la disciplina de la pintura, el pasado diciembre fue el lanzamiento del primer libro de Roberto Noboa, homónimo, a cargo de la productora de publicaciones Eacheve de Eliana Hidalgo. El libro cuenta con intervenciones de Mónica Espinel, Rodolfo Kronfle Chambers y Lupe Álvarez. La publicación logra fragmentar el complejo universo de la obra de Noboa que, proveniente de una situación socioeconómica privilegiada, ha sido considerado un artista outsider porque su temática no compagina con la de sus contemporáneos y su estética responde a diferentes influencias.

Su obra ha sido criticada por descontinuar radicalmente la exposición del realismo social, que considero es una sombra que dejaron los grandes pintores del arte moderno ecuatoriano. Las décadas de 1990 y los 2000 fueron de increíbles injusticias sociales, en las que las diferencias entre pobres y ricos se acentuaron. Siendo una de las obligaciones tácitas del arte representar el carácter de su tiempo, la pregunta que podemos hacernos es: ¿consideramos que el arte de Noboa ha sido representativo o partícipe del desarrollo de la sociedad ecuatoriana en los últimos 25 años?

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Noboa ha sido capaz de, a pesar del distanciamiento con otros artistas, mantener su estilo figurativo, expresivo y reconocible a favor del crecimiento de su práctica. Quizá su obra no resuene con la mayoría de la población, pero definitivamente existe un grupo de personas que se sentirían identificadas con los escenarios imaginarios de palacetes desolados, estructuras privilegiadas como una cancha de tenis, y candelabros tras candelabros. La obra es de colores vibrantes, pinceladas difusas y elementos incompletos, a mi perspectiva evidencian el don del artista para la autocrítica.

2020

Retomando el tema de los aniversarios, desde hace tres años que escribo para esta columna intentando mantener un espíritu crítico responsable en cada ocasión; siempre considero el bienestar de la comunidad de artistas locales e internacionales y quienes los apoyan. En nuestra pequeña comunidad, que llamamos “mundo del arte”, hay quienes me conocen y quienes no, y debido a mi anonimidad aprovecho este medio para extenderles un agradecimiento por el interés común que existe por la generación de espacios de diálogo y la aceptación de la crítica.

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Los aniversarios son ocasiones no solo para celebrar sino para reflexionar, en retrospectiva, sobre las acciones que nos han llevado a donde nos encontramos ahora. Escribo este texto con emoción por lo que nos depara el 2020 para quienes estamos involucrados con el arte y la cultura. Con atención estaré esperando lo que diversos motores culturales y artísticos crearán en ocasión a las celebraciones por el año del bicentenario de independencia de Guayaquil, mi ciudad. (O)