¿Qué pasaba en el arte contemporáneo en los años noventa en el Ecuador? A raíz de las crisis financiera y política de la década se generó un movimiento reactivo de los artistas visuales del momento. En Amarillo, azul y roto. Años 90: arte y crisis en Ecuador, en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de la ciudad de Quito, contemplamos lucir la audacia, la indignación y el humor de artistas y colectivos en sus diversas expresiones, que van desde video documental, pintura, instalaciones y performance.

Ubicado en el antiguo Hospital Militar desde 2017, el CAC se dedica a procesos de investigación sobre prácticas artísticas y culturas contemporáneas; difusión y fomento de las prácticas artísticas contemporáneas; educación como práctica crítica; y mediación comunitaria. Hasta el pasado 26 de mayo estuvo expuesta Amarillo, azul y roto. Años 90: arte y crisis en Ecuador, que teletransportó a una época de activismo social, de demanda ciudadana, y de aversión hacia las injusticias sociales y el abuso de los poderes del Estado. Con la curaduría de Pamela Cevallos y Manuel Kingman, y la investigación y curaduría de Eduardo Carrera R. y Pamela Suasti, la muestra está dividida en dos pabellones que reúnen obras clave del desarrollo contemporáneo en las artes visuales del país.

La Plaza Grande de Quito fue tomada como punto de partida para la creación de algunas obras. En primer lugar Sobre la felicidad del mayor número posible II, de Saidel Brito, parte del proyecto Banderita Tricolor del colectivo Artes No Decorativas S.A., fundado por Manuela Ribadeneira y Nelson García, visibilizó al grupo marginal de niños betuneros de la Plaza Grande por medio de retratos en betún. Segundo, Transmigración, del colectivo Zona Libre (Juan Cuzco, Yoko Jácome, María José Monard, Iván Sante, Frank Simbaña, Samuel Tituaña, Rodrigo Viera, Danilo Zamora), documentó la intervención artística del grupo en la plaza recurriendo a elementos naturales como ramas de eucalipto y cargas de leña para representar la relación distante de Quito con lo rural. Y tercero, Luz Elena de Pilar Flores, una instalación con esténcil a pared, en el que se aprecia a Luz Elena Arizmendi, que fue madre de los desaparecidos hermanos Restrepo, con un cartel en el que se lee ‘Por nuestros niños hasta la vida’; el esténcil fue ubicado en la plaza, donde se plantaban las madres cada miércoles a exigir respuestas por sus hijos desaparecidos.

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La documentación de las performances y las intervenciones fueron extraordinarias: el registro de Homenaje a los derechos humanos de Olmedo Alvarado, paralelo a la Bienal de Cuenca, expone la intervención efímera en las orillas del río Tomebamba con quinientas cruces blancas aludiendo a los desaparecidos; Hasta la vista, baby, performance de Ana Fernández (Miranda Texidor) y video de Miguel Alvear, en el que el día de la dolarización en el 2000 la artista lidera una procesión personificando al Mariscal Sucre en la que va del Banco Central del Ecuador al cementerio de San Diego y se suman personas dolidas por el cambio, lavan la bandera del Ecuador e injurian la corrupción y la crisis.

A estas obras que menciono se sumaron excelentes propuestas que, para quienes no alcanzaron la muestra, es lamentable. Una falencia enorme de algunos museos de Quito y Guayaquil es la falta de publicación del registro de las muestras, así sea de manera digital. Por otro lado, esta exhibición evidencia un fenómeno que repercute hasta la actualidad tanto en Quito como en Guayaquil: a falta de espacios expositivos, los artistas tomaron las calles. La política siempre ha sido y siempre será inherente en los artistas visuales del Ecuador, por lo tanto, los invito a recordar que no necesitan la aprobación de una institución o autoridad para expresarse. La sociedad ecuatoriana necesita un lenguaje no tradicional para tratar la actualidad de la política y el lenguaje del artista visual contemporáneo siempre será una excelente opción. (O)