Natalia García Freire revela de entrada que jamás pensó en la escritura como un trabajo: “Quizás porque Ecuador es un país complicado en ese sentido”. Ha sido maestra de primaria, niñera, profesora de inglés y recién hace un año terminó de pagar el crédito con el que pudo hacer un máster de Narrativa en Madrid en el 2016. “Hay como esta imposibilidad en algún punto de sentir que la escritura puede ser algo en lo que puedas sobrevivir”, expresa en un Zoom con EL UNIVERSO, por el que nos permite conocerla —un poco, al menos— más allá de sus letras y los reconocimientos.

Reconoce que su deseo siempre fue escribir, pero que esto empezó a cristalizarse lejos de su tierra. “Cuando vine a estudiar a España, la idea de escribir y de pensar un proyecto se fue haciendo algo más organizado”, dice García, cuya primera novela, Nuestra piel muerta, fue publicada por la editorial española La Navaja Suiza en el 2019, mientras daba clases en una escuela de Cuenca. No pensaba que era algo que iba a pasar. Después de eso se abrió la posibilidad de seguir publicando”, cuenta la cuencana, cuya obra ha sido traducida al francés, italiano, inglés, turco y danés, y que además en el 2019 fue elegida por The New York Times como uno de los mejores libros en español.

Su más reciente obra es Trajiste contigo el viento, cuya última edición llegó bajo el sello de Tusquets Editores el año pasado.

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Reafirma que es “complicado vivir de la escritura”. Es por eso por lo que muchas veces sortea su propio tiempo para hacerlo, ya que también se dedica a ser profesora virtual de escritura, profesora de novela, de relatos, y en ocasiones abre talleres presenciales en Cuenca o Guayaquil o se dedica a la corrección de textos.

Portada de sus novelas 'Nuestra piel muerta' y 'Trajiste contigo el viento'.

Jugar, tecnocumbia y escribir

Con la finalidad de seguir explorando y descubriendo nuevas posibilidades de escritura, García aplica su propia tradición o ritual antes de encontrarse cara a cara con sus textos. “Antes de sentarme en el teclado siempre necesito mucho hacer juego de palabras, collages, dibujos, notas, mucha lectura”, cuenta, y agrega que también suele leer al escritor estadounidense Willian Gass. “Al escribir uno no trata de copiar, pero a veces sí se trata de que ese ritmo te despierte otros ritmos”, menciona.

Así también, la música aparece como parte de su ambiente de escritura, en especial la tecnocumbia. “Me encanta la tecnocumbia; soy totalmente fan. Me puedo partir el corazón con la tecnocumbia, pero también puedo sentarme a escribir con una lista de tecnocumbia. Para mí es como una lista de música incorporada en mí, y ya no me la puedo sacar”, dice la seguidora de la música de Luis Miguel y de la música en general.

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Reseña literaria: ‘Trajiste contigo el viento’, de Natalia García Freire, la evocación de un pueblo condenado a la desdicha y al olvido

Bartleby y el ocio

Proveniente de una ciudad en la que parecería que el tiempo transcurre con menos prontitud, confiesa que pasa muchas horas al día ocupada. Cuando en una especie de suerte tiene un tiempo libre, el ocio es su plan perfecto. “Si puedo descansar un rato, disfruto no hacer nada”, expresa.

Dice aprovechar esos tiempos para regar sus plantitas, escuchar radio o estar con su gato Bartleby. “Estar con mi gato tiene una cosa medio hechizante”, declara.

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¿Cómo cree que es estar en la piel de Natalia García Freire? “Como Charly García dice en una canción: a veces tan bien, a veces tan bajo. Soy de muy altos y bajos”, responde.

El mestizaje de Natalia

Natalia García Freire. Foto: EFE

Leer a Natalia es encontrarse con una serie de elementos sacados de lo cotidiano, de lo que nos habita como ecuatorianos y hasta latinoamericanos; es identificar a una escritora que en su diario vivir ha estado muy atenta a lo que le rodea, incluso a lo más “insignificante”.

Ella atribuye esta sensibilidad a su infancia con sus padres, quienes son anticuarios, que entre sus colecciones de antigüedades tenían imágenes sagradas de cristos, vírgenes y “muchos niños dioses, rechonchos y bellos”. “Yo escribo un poco desde ahí, de eso que para mí son imágenes fundacionales, que está en muchos extremos”, refiere la cuencana, que de pequeña vivía en una casa muy chica llena de goteras, y con una vecina que tenía pollos y gallinas que siempre y cuando se saltaba a ver.

Muchas veces estos objetos hablan por sí solos de nuestra identidad u orígenes. “El lenguaje sí evidencia esa mancha, esa contaminación de todo eso que somos, que quizás en lo familiar, en los afectos o en un montón de cosas se borra”, dice. “Para mí, escribir es eso: rasgar hasta encontrar las manchas, la contaminación”, sigue.

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Sus historias abordan temas como la infancia, el despojo, el abandono, la violencia, la muerte, la locura, la miseria. “En Trajiste contigo el viento hay muchas historias paralelas; a veces son historias que se cuentan como secretos a voces en la familia, y es un poco darles cabida en un pueblo sin historia, en un Cocuán que es como un sitio abandonado, pero parte todo de metáforas muy íntimas, muy pequeñas o muy familiares”, relata.

Los regresos imposibles o incómodos también son algo muy presente, por lo menos en Nuestra piel muerta. “Esa novela está basada en mi imposibilidad de volver a la casa de mis abuelos”, refiere. “Hay una imposibilidad del regreso porque está atravesado por tantos silencios y secretos, que una vez que uno se aleja y entiende ciertas dinámicas de esos sitios ya no puedes volver. Es como si volvieras con los ojos demasiado abiertos”, expresa.

En ambas historias sus personajes experimentan el ser arrebatados de algo por un agente externo, algo que dice que surge de esa misma sensación como ciudadana y latinoamericana. “Nuestros países se han creado a partir de los despojos, de la tierra, de los despojos de casa, del despojo de tu historia, del arrebatarte muchas cosas, la identidad”, menciona.

“Para mí, las dos novelas surgen de sentir, no personal o íntimamente pero sí colectivamente, que nuestra historia es un continuo relato de despojos. Me interesa explorar o pensarse como una persona en la que habitan muchos dolores, memorias colectivas”, precisa.

Agradece a sus personajes, como Lucas, Mildred y hasta el propio Cocuán (el pueblo ficticio donde se desarrolla su segunda novela), esa mirada animal que antes no dominaba. “Para mí, es como la gran incógnita; es algo que me causa mucha intriga, mucha curiosidad”.

“Cocuán y muchos de sus personajes me han dejado mucho la sensación o el deseo de seguir habitando la palabra, la ficción, y el entender más el paisaje”.

Visualización, hermandad y trabajo de hormiga

La mujer siempre ha tenido una relación con la literatura, pero en la actualidad su trabajo en este campo es mucho más visible y sin tapujos, considera García, a quien también le gustaría saber —por ejemplo— de más autoras indígenas, y esto da cuenta de que el camino es largo aún. “Creo que hay muchas más barreras que romper, pero sin duda creo que el panorama es mucho más completo ahora que hay mucha más visibilidad de autoras”, afirma.

Más allá de un género, reconoce una fuerte hermandad entre los autores ecuatorianos, algo que también se desprende de un trabajo de hormiga hecho por la gente que se dedica a la cultura. “Para mí, tiene que ver con un trabajo invisible de un sector que ha apostado mucho a la literatura ecuatoriana, como editoriales independientes, librerías independientes, talleristas, escritores que por años han estado apostándolo todo, que tienen ese deseo de sacar muchas cosas adelante. Es como un lugar muy de comunidad, muy de cursar unos a otros”, manifiesta.

“Me parece impresionante que en Ecuador se siga apostando por la escritura, la lectura, el trabajo editorial, incluso el periodismo cultural, cuando es un país que desde hace un par de años no tiene un plan lector”, añade. (I)