En 1648 un judío llamado Shabtai Tzvi declaró ser el mesías. Los relatos de sus milagros se esparcieron como el fuego y un frenesí se apoderó de las comunidades judías de Europa y el norte de África. Miles abandonaron o vendieron sus posesiones convencidos de que la gloriosa era mesiánica estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, en 1666 el júbilo se transformó en tragedia cuando el sultán Mehmed IV arrestó a Shabtai. El monarca le dio dos opciones: convertirse al islam o ser ejecutado. Para el horror de sus seguidores, el “mesías” abandonó el judaísmo para volverse musulmán.

Este debió haber sido el final del movimiento, pero no fue así. Aunque la mayoría reconoció que estaba equivocada, los devotos más fieles de Shabtai racionalizaron teológicamente la catástrofe: para redimir el mundo era necesario que el mesías “descendiera” a los lugares más oscuros, incluso a la apostasía, para que en su eventual “ascenso” el universo entero sea redimido. La apostasía de Shabtai Tzvi se convirtió en parte del plan eterno de Dios. La fe de quienes permanecieron leales tampoco titubeó cuando Shabtai falleció en 1679 sin haber inaugurado la era mesiánica. Una nueva convicción tranquilizó el corazón de los fieles: Shabtai vencería a la muerte y retornaría en el futuro para iniciar esa gloriosa era. El movimiento sigue vivo hasta el día de hoy. En Turquía, cada día los seguidores de este mesías miran a lo lejos y rezan en judeoespañol: “Sabetai, Sabetai, esperamos a ti”, convencidos de que algún día lo verán aparecer en el horizonte. La naturaleza secreta de esta religión hace difícil calcular su número, pero se estima que aún tiene entre 15.000 y 100.000 seguidores.

Esta historia podrá parecer sorprendente, pero quienes estudiamos la historia de las religiones sabemos que no hay nada extraño en ella. Cuando un mesías fracasa rara vez sus seguidores lo abandonan, sino que encuentran cualquier forma, por absurda que parezca, para no admitir a otros y a sí mismos que estaban equivocados. Los ejemplos históricos abundan y no tenemos que ir demasiado lejos para encontrarnos con este fenómeno.

En las últimas semanas el correísmo ha realizado sorprendentes racionalizaciones para desvincularse de Carlos Pólit Faggioni, su contralor 100/100. Según su nueva narrativa, Pólit fue un desconocido colocado por Gutiérrez, que nunca fue parte de la Revolución Ciudadana. El movimiento sigue impoluto. Poco importa que la investigación conducida en los Estados Unidos se haya enfocado exclusivamente en la década correísta. Poco importa que los 14 millones que presentó como fianza hayan provenido justamente de ese periodo. Poco importa que los mismos testimonios que el jurado encontró convincentes involucren a Jorge Glas. Poco importa que estos testimonios estén respaldados por videos donde el tío del susodicho negocia millonarias coimas. Y es así como el 30 % de ecuatorianos permanece convencido de que todo es lawfare, persecución política, y que #LosCorruptosSiempreFueronEllos, mirando el horizonte hacia Bélgica, a la espera del retorno del mesías de manos limpias y de corazón ardiente. (O)