Nota de Redacción: Esta historia es parte de una serie sobre migrantes que han decidido asentarse en Ecuador. Se publica los sábados en eluniverso.com


“¿Qué le pasó en la muñeca, Sandrine? ¿Se lastimó?”, le preguntamos a Sandrine Le Ridant, dueña de un restaurante en Olón que se especializa en dulces franceses y en los poke bowls, platillo insignia de la cocina hawaiana que ella y su esposo, Paul, el chef, “revisitan” con un toque francés.

Lo que pasó es que la juventud se fue”, responde la migrante francesa de 58 años, riéndose y acariciando la muñequera que trae puesta.

Publicidad

Ha recorrido 65 países, pero un día decidió vivir en Ecuador: esta es la historia de Kaj Vilhelmsen, el danés del malecón de Guayaquil

Aunque ella diga que su juventud ya no está, sus gestos dicen lo contrario: conforme se fue soltando en la entrevista, salieron a relucir sus energéticos gestos faciales y corporales, esenciales para complementar su forma de hablar. Incluso bromeó que debería haber estudiado actuación.

Sandrine Le Ridant. Foto: Alexandra Casulo

Sandrine visitó por primera vez Ecuador hace 23 años. Vino de vacaciones para visitar a familiares. Pasó toda su niñez en África, y regresó a Francia para cursar sus estudios universitarios. Luego vivió en una isla caribeña por un tiempo. Ahí conoció a Paul, su esposo y chef del restaurante que ahora manejan ambos.

Hace nueve años decidieron mudarse a Ecuador y abrieron su primer restaurante en Montañita hace cinco. Paul no hablaba español y Sandrine muy poco, lo cual admite fue complicado al inicio. Ahora sirven poke bowls con distintas proteínas y postres franceses, como profiteroles y crème brûlée.

Publicidad

Joven ucraniana que llegó a Ecuador sin saber hablar español sueña con traer a toda su familia: esta es la historia de Maryna Kolesnyk, la pizzera de La Rotonda

“Cuando vine de vacaciones hace 26 años me enamoré”, expresa Sandrine. “Todas mis memorias hasta los 19 años están en África. Tuve una infancia y adolescencia increíble. Ecuador me recuerda a los lugares de mi infancia en África. Los paisajes, la onda, el ambiente, pero también los ecuatorianos. Son muy buena gente, siempre con mucha curiosidad”.

Trabajar en un restaurante implica tener mínimo “25 anécdotas al día”, dice. Recuerda, entre risas, cómo una señora ordenó una limonada frozen. Sandrine se puso a hacer la bebida, mezclando los ingredientes con hielo en una licuadora. Sandrine se la llevó a la mesa.

Publicidad

“Seño, sáquele el hielito”, le dijo la clienta.

“Pero no se puede, es un frozen”, recuerda Sandrine que contestó.

“Sí, sí, sáquele el hielito y métalo en un microondas”, pidió la mujer.

Sandrine siguió sus órdenes y la señora quedó “encantada”. “El cliente siempre tiene la razón”, reflexiona.

Publicidad

Alejandro Bueno, migrante ecuatoriano que ayudó a niño en Darién, está a la espera de saber si será deportado

Sin embargo, no es solo la nostalgia lo que fortalece la conexión de Sandrine con Ecuador. Con el pasar de los años muchos de sus clientes se han convertido en amigos, por ejemplo. Otra de esas razones camina en cuatro patas y corretea por el restaurante, jugando con hojas y mordiéndonos las manos en forma de juego.

El cachorro frágil que Paul y Sandrine adoptaron de una finca ya está sano y en la edad en que quiere morder y jugar con todo y todos, incluyendo el trípode que sostiene la cámara con la que grabamos la entrevista, el cual casi tumba.

Sin embargo, inevitablemente ha notado que la situación del país ha cambiado. Cuando ella y Paul llegaron, recuerda, había delincuencia, pero no como ahora. “Poco a poco cambiaron las cosas. Este año fue un golpe muy duro. Vimos muy pocos turistas extranjeros”.

No obstante, Sandrine y Paul no se cierran a quedarse para siempre en Ecuador. Vuelve a decir: “La juventud se ha ido (...). Aquí estamos felices, creo que nos vamos a quedar”. (I)