Por operación del “silencio electoral” no puedo usar esta columna para pronunciarme ni a favor ni en contra de ninguno de los candidatos que participarán en las elecciones de este domingo. La campaña ha terminado. Alea iacta est. La suerte ya está echada y solo queda cumplir con nuestro deber cívico y elegir en las urnas el futuro de nuestro país.

Esta campaña electoral pasará a la historia como uno de los momentos más sombríos de nuestra era republicana. Un punto de quiebre donde el poder de las mafias ha llegado a ser tan grande que no tuvieron empacho en asesinar a plena luz del día a un candidato a la presidencia de nuestra nación. Un atentado directo en contra de nuestra mismísima democracia, que envía a cada ciudadano un mensaje clarísimo: “En Ecuador mandamos nosotros, no ustedes”. En esta hora negra los ecuatorianos debemos unirnos en una cruzada contra el crimen organizado y votar con la consciencia de que el ganador de los comicios jugará un papel decisivo en esta feroz batalla.

Pero no todo está perdido, y pese al horror al que nos enfrentamos hay algo positivo que vale la pena recalcar de esta campaña. Y es que en comparación con otros procesos electorales, como aquel que vivimos hace dos años, es innegable que la calidad del debate político ha mejorado de un modo notable. Sea que los amemos u odiemos, lo cierto es que desde hace mucho que el Ecuador no contaba con una lista de candidatos con tan buena preparación académica. Más aún, cada uno de estos candidatos ha sabido perfilarse bien y ha colocado sobre la mesa una opción y estilo de gobierno distintos a los de sus rivales. No nos hallamos ya ante una masa indiferenciada de politiqueros oportunistas, cada uno repitiendo ad nauseam los típicos discursillos populistas de los trópicos.

Más aún, aunque la mayoría de los candidatos se encuentra respaldado por partidos tradicionales, lo cierto es que todos ellos son caras nuevas. Personas jóvenes, enérgicas, a las que les espera todavía un largo futuro en la arena política. No nos encontramos, por lo tanto, ante una campaña monopolizada “por los mismos de siempre”, sino ante un influjo de sangre nueva, uno que desesperadamente necesitaba la momificada política de nuestra nación.

Pero no solo eso, sino que creo que también se puede percibir mayor grado de madurez por parte de nuestra ciudadanía. Antes, los entendidos en política pregonaban que los debates eran una pérdida de tiempo, incapaces de mover un solo voto. Nuestro electorado, alegaban, era demasiado apático e ignorante como para tomarlos en cuenta. La realidad de hoy es distinta. Pese a sus inconsistencias, todas las encuestadoras están de acuerdo en que el debate del pasado domingo ha tenido efectos visibles en el desempeño de los candidatos, sean positivos o negativos. Este es un signo prometedor de que nuestra ciudadanía está cada vez más interesada en el intercambio de ideas y la calidad intelectual de los postulantes.

En este momento tan oscuro de nuestra historia, por lo tanto, hay algunos rayos de luz. Con suerte este será el amanecer de una nueva política. (O)