Mark Twain famosamente dijo que “es más fácil engañar a alguien que convencerlo de que ha sido engañado”, frase que ayuda a entender cómo los populistas de toda estirpe son capaces de mantener la adoración de sus devotos, aunque existan montañas de evidencia que demuestren que son unos delincuentes. Lejos de admitir que su amado líder es un criminal, quienes han sido engatusados por el populista encuentran cualquier tipo de racionalización, por descabellada que sea, para seguir creyendo que el pastor de su rebaño es una víctima inocente, que todo es mentiras, persecución política, y que #LosCorruptosSiempreFueronEllos.

Los ejemplos en América Latina abundan, pero hoy en día podemos observar exactamente este mismo patrón en Estados Unidos. Hace pocos días, Donald Trump fue finalmente acusado penalmente (indicted) por ocultar documentos clasificados después de terminar su mandato. El expresidente enfrenta no menos de 37 cargos criminales, algunos de los cuales conllevan penas de más de 20 años de prisión. La extensa evidencia listada en las 49 páginas del escrito de acusación refuta todas las defensas que Trump esgrimió a través de la investigación de este delito. En efecto, la documentación y grabaciones aportadas por la fiscalía indican que el expresidente estaba plenamente consciente de que los documentos no habían sido desclasificados y que, cuando el Gobierno federal le solicitó su devolución, Trump conscientemente realizó maniobras fraudulentas para ocultarlos.

Los fanes de Trump, sin embargo, no han abandonado a su líder. Al contrario, a cada paso de la investigación ellos han encontrado formas de mantener su fe intacta. Al principio afirmaron que los documentos habían sido plantados por el FBI. Luego, cuando esa teoría probó ser imposible de sostener, empezaron a decir que los documentos habían sido desclasificados por el propio Trump antes de abandonar la Casa Blanca. Ahora que grabaciones del expresidente contradicen esta afirmación, sus devotos alegan que otros políticos, como Joe Biden, Mike Pence y Barack Obama, también poseyeron documentos secretos, por lo que sería injusto que Trump sea el único en ir a la cárcel por este motivo. Esta última defensa, no obstante, ignora que todos estos otros políticos colaboraron diligentemente con el Departamento de Estado para devolver cualquier documento clasificado que hubiese quedado en su posesión apenas se les notificó; mientras que Trump, al contrario, intentó burlarlo.

Tampoco les importa a los fanáticos que la jueza federal encargada del caso haya sido designada por el propio Trump, o que los miembros del gran jurado que aprobó la acusación provengan de Florida, donde goza de mayor popularidad. No. Para ellos esto no es más que una “cacería de brujas” política y su líder una inocente víctima. Trump, por su parte, alimenta estas teorías de conspiración pintándose como un mártir por causas ideológicas. Esa es la lógica del populismo. No importa qué evidencia se presente, el resultado siempre será el mismo: para las masas aduladoras, el líder populista siempre quedará exonerado. Los corruptos siempre serán otros. (O)