Su amor por la lectura, los cuentos que mamá le leía antes de dormir, y su profesión como filóloga condujeron a Irene Vallejo a escribir El infinito en un junco, un ensayo que hace un recorrido por la historia del libro y del pensamiento durante 30 siglos.

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Es una especie de homenaje a la invención del libro, “de ese fascinante artefacto que inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo”. Vallejo habla de todos los libros: el de humo, el de piedra, el de arcilla, el de junco, el de seda, el de piel, el de árboles, el de plástico y el de luz.

En su obra une lo clásico con lo contemporáneo, y a lo largo de su narrativa recuerda a los primeros lectores o a esos salvadores de libros que la historia prefiere dejar en el olvido, como, por ejemplo, las narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, y más. Una investigación que, además, le reveló cuestiones tan importantes, como, por ejemplo, que el primer texto firmado de la historia lo escribió una mujer.

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En una entrevista para la revista Semana, de Colombia, narra la forma en que determinó la estructura de un libro, que fusiona la historia con relatos. “Antes de escribir la primera palabra ya tenía una especie de atlas del libro con los temas y las secuencias cuidadosamente seleccionados. En el despacho tenía una pared cubierta con papel de embalaje a la que le pegaba post-its, y jugaba tratando de encontrar la fórmula que me permitiera variar, sorprender a los lectores y dosificar bien los elementos para que el conocimiento, los datos y la parte más abstracta llegara envuelta en relatos, peripecias, persecuciones, peligros, envenenamientos…”, explica.

Vallejo resalta la importancia de este contenedor de palabras y aventuras. “En los momentos de catástrofe la gente sigue buscando los libros. Tendemos a pensar que la cultura es algo ornamental para tiempos prósperos. Pero en las cuevas ahuyentaban al miedo, a la oscuridad y a los depredadores con historias. Junto al calor del fuego encontraron las palabras, que es otra forma de protección”, expresó Vallejo esta semana en un conversatorio en Madrid.

Se trata de una obra que hasta el momento ha sido traducida a treinta idiomas. Y ha reunido comentarios que han confirmado su éxito. “Muy bien escrito, con páginas realmente admirables; el amor a los libros y a la lectura son la atmósfera en la que transcurren las páginas de esta obra maestra. Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida”, opinó Mario Vargas Llosa.

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“Se puede ser un filólogo magistral y al mismo tiempo escribir como los ángeles. Irene Vallejo riza el rizo de la comunicación hasta convertir su diálogo con el lector en una fiesta literaria”, mencionó, por su lado, Luis Alberto de Cuenca, de ABC.

Lo cierto es que este libro que ha conseguido imprimir más de 20 ediciones, nació en medio del dolor y la angustia que por meses marcaron la vida de Vallejo, quien se hizo cargo de se su papá, tras enfermar. “La inmensa mayoría de mis lectores no sospechan en qué condiciones tan duras escribí El infinito en un junco (...) Ya estaba a punto de tirar la toalla. Mi pareja y yo nos decíamos: ‘Qué mala suerte hemos tenido’. No sabíamos lo cerca que las cosas estaban de cambiar. Si no hubiera tenido aquellos tiempos para escribir cuando dejaba el hospital y me iba a casa, no sé qué me habría pasado”, confesó en una entrevista par El país.

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Vallejo también es autora de novelas como La luz sepultada, El silbido del arquero, Alguien habló de nosotros, El futuro recordado, Manifiesto por la lectura. (I)