El petrel de Galápagos, el ave marina endémica de este archipiélago ecuatoriano, tiene garantizada, por ahora, su conservación gracias al esfuerzo de un grupo de guardaparques que combate a sus depredadores para que salga de la lista roja de especies en vías de extinción.

“Hay resultados positivos de los monitoreos”, comenta Rafael Díaz, vigía del Parque Nacional Galápagos (PNG), quien cada noche se adentra en agrestes zonas boscosas para blindar los nidos contra ratas y gatos salvajes, y proteger crías del Pterodroma phaeopygia, que desde 1994 está en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como especie amenazada en peligro crítico.

Durante un rastreo en un área de reproducción en Cerro Verde, noreste de la isla San Cristóbal, Díaz reconoce que “es un trabajo difícil y complicado”, pues “hay nidos en barrancos”, donde a menudo él debe ir muy tarde, solo y en moto, “porque hay pichones que pueden ser devorados por los ratones”.

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“El objetivo es que salga de la lista roja”, agrega Díaz, quien desde el 2008 tiene la misión de conservar al petrel Pterodroma phaeopygia. Por eso, nada importa con tal de proteger al ave –antes conocida como pata pegada– que tiene alas largas y angostas, y la frente blanca. El contraste de su parte superior negra e inferior blanca se aprecia mejor cuando está en vuelo y muestra su patrón característico al planear y rozar las olas.

El petrel de Galápagos, que alcanza su edad reproductora a los 5 años y se alimenta de peces y calamares, incuba en las tierras altas y húmedas de Santa Cruz, San Cristóbal, Santiago, Floreana e Isabela.

Estudios citados por la UICN aseguran que entre 1978 y 1980, la población del petrel en esas islas llegaba a unas 27.000 parejas y que para 1985 había caído a 3.500. Esta ave nocturna escoge sitios boscosos con suelo húmedo y despeñaderos para abrir profundas madrigueras, al estilo de un topo, y poner un huevo cada año. Incluso, regresa a anidar en la misma colonia donde sus padres lo incubaron durante 50 días para repetir el proceso con sus crías.

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Los animales introducidos no son las únicas amenazas, también hay plantas invasoras. Del 2008 al 2012, el número de nidos hallados en San Cristóbal osciló entre 635 y 670, mientras que el de nuevos especímenes en edad juvenil pasó de 396 a 440, según el PNG.