Reviso un texto que se me va metiendo en la piel. Sin ganas contesto el teléfono.

– ¿Usted enseña a escribir?

– Buenas, soy Mónica Varea, respondo poco convencida.

El doctor Merengue que vive en mí tiene ganas de decir: “A escribir debe haberle enseñado la ‘seño’ de primer grado”. (Mileniales, googleen El otro yo del doctor Merengue). Pero me callo e intento parecer educadita.

Vuelvo al texto que me hace reír y llorar por partes iguales. Pienso que yo no tengo qué enseñar. Lo único que hago es motivar a leer, a reencontrar su historia, su voz. Su voz auténtica para que desde ahí escriban, cuenten, dejen ir.

El texto que reviso es Una vida inusual, de Mónica Maruri Castillo. Con una valentía que desconoce el riesgo, ella nos invita a entrar a su casa de Dolores Sucre 111 y recorrer no solo un piso ajedrezado, un jardín con pileta, un techo desde donde mirar o un cuarto sin baldosas, sino su vida: inusual, rotunda, intensa.

Invitar al secreto

Dice Silvia Kohan: …cada casa habla para nosotros, nos reinstala en el tiempo y en el espacio, nos ofrece luces y sombras, rincones, escondites, fiestas, duelos, que en la auto ficción se hace imprescindible recuperar. Y eso es lo que Maruri hace, contar su vida a partir de una casa guayaquileña del barrio Centenario, en el sur de la ciudad; una casa construida por su padre para cinco hijos, donde llegaron nueve. Risas, lágrimas, sueños y aventuras se van hilando con la gracia y la sencillez que da la inteligencia.

En el patio había zarigüeyas. Un día nuestra gata, la Miss Mollison había dado a luz unos preciosos gatitos. Los más pequeños de la casa los cuidábamos con esmero, estábamos muy emocionados. Ya habían crecido un poquito así que jugueteaban en el patio de atrás. Cuando nos descuidamos, el Ricky alcanzó a ver que una zarigüeya se llevaba a uno de los gatitos.

Al retratar su casa, su familia, su vida, también retrata su ciudad, la sociedad, la historia. Mónica rinde un homenaje a su natal Guayaquil, a sus calles, bazares y fuentes de soda. El amor por su tierra está en su memoria, en el cariño a su gente, en el ritmo de sus palabras: La escuela quedaba al otro extremo de la ciudad, en Urdesa norte. El viaje en furgoneta era largo. A veces iba en el carro de la mamá de la Cuqui y otras en el de Ana Tola de Zambrano. Tengo una imagen hermosa caminando por mi vereda tomada de la mano de mi papi, marchando y cantando: ‘Ana Tola de Zambrano, Ana Tola demorona’.

El fascinante mundo de la lectura

La recia figura de sus padres, Raúl Maruri y Teresa Castillo (Ardillita), es evidente. De ambos heredé el amor a la lectura y de mi mami el complejo de Esperancita, ¡cómo me gusta limpiar y ordenar la casa!... Dice mi mejor amiga que soy idéntica a mi papi: jodida, idealista, apasionada, intolerante, siempre en busca de la verdad y la luz.

Orgullosa he editado Una vida inusual, el 21 de octubre se presentará como un homenaje a la sinceridad terminante: Creo que así han sido muchas cosas en mi vida: me enseñé a mí misma a ser y hacer. Porque nadie me lo iba a enseñar y debía fingir autosuficiencia. Fingir —esa es la palabra—, fingir que no se tiene miedo, fingir que se puede resolver todo. (O)