Sin memoria no es posible el futuro de un país. Tampoco es posible un museo sin una dirección que comprenda el rol medular que el mismo juega en la proyección de ese futuro. Desde hace dos años, el Ecuador tuvo la extraña felicidad -en tiempos ciertamente infelices, en donde reinan la violencia y el miedo- de que Romina Muñoz sea la directora de su Museo Nacional (MuNa). Quizá es una de las personas más capacitadas y con mayor lucidez para llevar a cabo un reto de esa envergadura: ella es artista visual, gestora cultural, curadora, investigadora y máster en arqueología. Dejó la dirección del MuNa el pasado 15 de septiembre, tras ser removida del cargo por la desapercibida ministra Machuca, cuyo nombre ha sido evocado en la opinión pública, casi únicamente, por esta decisión y no por su difuminada gestión.

Romina, en la inauguración de la exposición temporal “Judith Gutiérrez. Otro Paraíso”, expresó lo responsable e inevitable: la preocupante situación de un museo, que es el más importante custodio de la memoria y el patrimonio del país, sin sede propia, en donde sus trabajadores no gozan de estabilidad laboral. Y si bien este museo se creó hace 54 años, desde hace 16, en que existe un Ministerio de Cultura, su precariedad en lugar de disminuirse se ha incrementado. “Las fidelidades políticas y amigueras”, dijo Romina, “reemplazaron muchas veces al trabajo técnico especializado, y por supuesto los recursos han disminuido”. No se trata de algo que se haya podido resolver en dos años de gobierno, ya que es un problema estructural, pero la idea no era agravarlo.

Machuca no hace más que encarnar el espíritu de su gobierno: perpetuar la dramática desconexión de la administración pública con la realidad del país, así como enarbolar ese estilo sectario, de intolerancia a la crítica, que era precisamente lo que prometieron evitar cuando llegaron al poder. Desconociendo escandalosamente los alcances que debería tener una democracia, remueven a la funcionaria que merecía por fin el MuNa y que reclamamos los ecuatorianos: alguien capaz de entender los problemas y proponer soluciones, de manera responsable, y no metiendo el polvo debajo de la alfombra. Machuca es uno más de los nombres que recibe el fracaso exponencial del actual régimen.

El trabajo por la cultura es una deuda pendiente de todos los gobiernos, ahondada en el actual.

Pero el fracaso de la gestión cultural abarca tantos otros aspectos: por ejemplo, la incapacidad estructural del Ministerio de Cultura terminó cediendo la Feria del Libro de Quito a la improvisada alcaldía de Guarderas, que la llevó a un estado agónico de incompetencia y amiguismos. Por suerte existe la fenomenal Feria del Libro de Guayaquil, que salva al país de la intrascendencia en el mundo del libro. El Gobierno prefirió rendir tributo a Vargas Llosa -no seré yo, que lo admiro tanto, el que diga que no lo merece, pero en su caso cualquier homenaje es una reiteración de lo obvio- que entregar anualmente el Premio Eugenio Espejo, mientras transcurren los últimos días de los más veteranos artistas ecuatorianos, sumidos en la precariedad y el olvido. El trabajo por la cultura es una deuda pendiente de todos los gobiernos, ahondada en el actual. (O)