Con excepción de su propia opinión, la gestión del presidente Lasso es calificada por la ciudadanía y por los especialistas con una nota cercana al cero. Ahora, cuando está a punto de terminar anticipadamente su mandato, se puede ver con claridad que tuvo únicamente tres logros frente a un rosario interminable de fracasos. La vacunación, la estabilización de la macroeconomía y el avance en la superación de la desnutrición infantil son los tres aspectos positivos. Pero estos quedan minimizados cuando se observa que frente a ellos -y superándoles por su dimensión y dramatismo- está su impotencia ante el incremento de la inseguridad y el avance del crimen organizado, o cuando se comprueba con cifras el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población. A todo ello se suma la inoperancia de los servicios públicos, erosionados a causa de la ausencia de gestión eficaz y eficiente, que se observa también en la ausencia de respuesta a hechos concretos, como los problemas en la generación eléctrica, que fueron advertidos con anticipación.

(...) puede evitar que dentro de un año y medio vivamos lo que estamos viviendo hoy.

Todo eso y mucho más es parte del diagnóstico. Pero ahora que está a punto de instalarse otro gobierno (con el mismo perfil de un empresario a la cabeza), cabe ir más allá y preguntarse por las causas que determinaron ese bajo desempeño. El principal factor que se puede identificar es la ausencia de un equipo político y técnico que, basándose en un diagnóstico preciso e integral, fuera capaz no solamente de definir las políticas adecuadas, sino de hacerlas viables por medio de su acción. Es evidente que ese equipo no podía ser un grupo de tecnócratas bienintencionados sin roce con la política. La gerencia privada puede obviar la política (siempre con el riesgo de fracasar en el intento), no así la conducción de un país que es esencialmente política. Desde los tropiezos iniciales, cuando se armó a último momento una mayoría heterogénea y efímera en la Asamblea, hasta el episodio del juicio político y la respuesta de muerte cruzada, pasando por su acorralamiento en el ingenuo y vergonzoso tratamiento de la insurrección de Iza, quedó claro que la política era su talón de Aquiles.

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Hubo otros factores, pero este es vital para mirar lo que puede suceder con el próximo gobierno. Su origen empresarial sin una organización política sólida en la base y sin claridad acerca de sus prioridades despiertan el temor de la repetición de esta experiencia. El silencio y la ausencia (física y propositiva) del futuro presidente son malos augurios en ese sentido. Anteponer a la conformación de su gabinete unos viajes internacionales sin agenda -o, por lo menos, sin una agenda pública dirigida a la mayoría amorfa que lo eligió- es una señal negativa. Lo es más aún cuando al mismo tiempo, mientras él está ausente y sumido en el silencio, en los subterráneos de la política parece madurar una alianza que podría constituirse en la cuerda que se vaya ajustando hasta terminar por ahorcarlo.

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Estamos saliendo de una experiencia negativa que, ciertamente, pudo ser peor, y corremos el riesgo de que perdure con nuevas caras y con relevo generacional. La situación actual es demasiado parecida a la que vivimos hace poco más de dos años. Este es el momento en que el presidente electo puede evitar que dentro de un año y medio vivamos lo que estamos viviendo hoy. (O)