Llegar a pensar y sentir que somos superiores a los otros. También es posible que a la mayoría de las personas ese estado le caracterice en algún momento de su vida, por diferentes causas o razones. Hay quienes pueden concebirse a sí mismos como los más inteligentes, más preparados, mejores por el conocimiento y uso de otros idiomas, más sofisticados porque aprecian la música académica o el arte conceptual. O por cualquier otra fruslería.

En definitiva, toda pretensión que vaya en ese sentido, siendo tan común y corriente, es un gran obstáculo para alcanzar la eficiencia vital. Adicionalmente al hecho de que la vida nos enseña, si estamos listos para aprender, que toda arrogancia vanidosa, no es sino un inmenso desenfoque en la comprensión de una compleja condición humana conformada por todo lo que somos todos, ya sea por expresiones que se aproximan a lo excelso, como por las que rayan con lo execrable.

De la crítica

El impacto de los efectos negativos de la prepotencia y la vanidad a muchos se les hace evidente luego del desastre causado ya sea en la vida de los otros e irremisiblemente en la propia. Muchos otros, es verdad, nunca lo comprenden pese a que no es cuestión de moralismo insulso y simplón. Es cuestión de eficiencia pura ya sea en temas laborales, intelectuales, familiares o ciudadanos. La soberbia y el menosprecio de los otros nunca son caminos para nadie. Por el contrario, sí lo es la búsqueda que apunta a establecer relaciones desde la empatía, la solidaridad y el sentimiento genuino de que debemos contribuir con su bienestar porque entendemos sus circunstancias, que sabemos son nuestras por el hecho de compartir la historia y obviamente una naturaleza humana que nos incluye a todos.

Cómo maduran los países

Esta perspectiva que reivindica el valor práctico de las virtudes sociales, siendo esencial para todos, debería tener especial importancia para los políticos. Es posible que la arrogancia se imponga en cualquiera de ellos porque realizaron o están realizando acciones efectivas para resolver los graves problemas sociales que vivimos cotidianamente los ecuatorianos. Si bien algunos pueden aceptar que se trata de un error, el político que lo comete al darse cuenta de aquello, debería enmendar esa conducta, pues de no hacerlo, sus aportes positivos serán desconocidos, porque la soberbia y la vanidad nunca producen nada bueno y por el contrario son comportamientos que se prestan a la crítica y al ataque… no importa que provengan de otros aún más primitivos en su coherencia personal con las virtudes democráticas.

Integridad, modestia derivada de la sabiduría, respeto a las condiciones de vida de los otros, entrega al servicio a la sociedad y sobre todo a los más pobres y necesitados, son caminos que recorren los mejores políticos, de quienes el Ecuador está tan necesitado en estos momentos aciagos de nuestra historia. Dejarse llevar por la inmediatez de los coyunturales aciertos administrativos y llegar a la autosatisfacción y vanidad, es una posibilidad siempre presente a la cual ningún mandatario debería llegar, porque al ser parte de su futuro fracaso lo será también del nuestro como pueblo. (O)