Antes de que se establezcan los Estados, como lo sugieren restos arqueológicos en casi todo el planeta, en las comunidades existían personas relacionadas con el espíritu: brujos, chamanes, hechiceros, taumaturgos... Se les respetaba, curaban, hacían llover, entre otras facultades. También se les temía porque podían enfermar o desatar sequías. Su atributo fundamental era el poder de convencer a la población de su capacidad de hacer milagros. Cuando se producen las invasiones de los pueblos guerreros que instalan los primeros Estados, sometiendo a impuestos a la población productiva, se persigue a los carismáticos, se los apresa y asesina. Pero pronto, muchos poseedores de dones pactaron con los guerreros y les demostraron que una alianza era mutuamente beneficiosa. Decían que con sus encantamientos propiciaban el triunfo de los ejércitos, e inventaron que los reyes y nobles recibían su poder de los dioses. Hasta hoy vemos en Rusia a popes que bendicen tanques y aviones. Y siempre hay sacerdotes en las coronaciones y matrimonios de reyes vestidos de uniforme militar.

La natividad del Señor: el reencuentro con la fe

La combinación del rey sacerdote fue frecuente. Los monarcas del Medio Oriente también son jefes religiosos. Sin embargo, siempre surgían carismáticos que se negaban a pactar con el establecimiento guerrero-clerical. Son los profetas, los nabís, los que tienen contacto con el espíritu y lo proclaman. El caso hebreo es paradigmático, ninguno de los profetas del Antiguo Testamento pertenece a la casta sacerdotal, salvo Ezequiel. El filósofo judío Martín Buber dice que el profeta busca la verdad, mientras que el sacerdote busca el poder. El mayor de todos los nabís, Jesús, fue un firme detractor de la casta sacerdotal. Tan lo fue que los líderes de este estamento lo mataron, en connivencia con funcionarios y soldados romanos. Imposible un mejor ejemplo.

El cristianismo surge como una corriente no ligada a las estructuras sacerdotales judías y mucho menos a las paganas. Los primeros cristianos constituían un movimiento de contestación, perseguido durante tres siglos, en los que se sacrificó a tres millones de mártires. Pero en el siglo IV, el emperador Constantino “estatizó” la iglesia cristiana. De este acto dimana la iglesia romana, tan relacionada con “los poderes de este mundo”. Pero aun dentro de la ortodoxia se producen movimientos que buscan apartarse de la religión politizada; el franciscanismo y otras órdenes mendicantes se fundaron con ese espíritu. Aunque la verdad es tales disidencias fueron captadas por la autoridad eclesiástica en pocas décadas. Los divergentes que tardan en plegar a la normalidad son tratados como herejes, cismáticos o sectarios. En su persecución se involucraba el Estado, “el brazo secular”, que era el que quemaba efectivamente a los condenados por la Inquisición. Con las revoluciones anticlericales de los últimos dos siglos se inicia un declive del poder de la casta sacerdotal, pero no para bien, pues sus atribuciones y sus bienes son absorbidos por la casta más poderosa de la historia: la burocracia, cuya omnipresente capacidad de control supera de largo a la que en sus mejores días tuvieron sacerdotes y pontífices. (O)