No hay por qué asombrarse de que dos mocetones destrocen sus automóviles de alta gama en un “pique”, carrera de aceleración ultracorta ilegal, que se corre en segmentos rectos de cualquier tipo de vías. Lo extraño, lo inusitado, es que no haya habido personas lesionadas gravemente o muertas, al estrellarse los bólidos contra una decena de vehículos. Además, todos saben dónde se realizan. Así no era gran noticia, a pesar de que cundió en las redes sociales como incendio, que haya tenido lugar en la pista, perdón, en la avenida de los Shyris de Quito, en el horario en el que se sabe que los agentes del orden ya habrán despejado la vía. Escenarios usados en otras ocasiones son la avenida Granados y la llamada “vía Collas”, conocida también por haber sido construida a un precio que podría haber incluido un autódromo con todas las de ley y seguir sobrando para los amigos.

La juventud siempre ha buscado actividades que produzcan una estimulante agitación química, que le haga sentir el ardiente flujo de la vida. Eso son los deportes extremos, la afición taurina y otras prácticas que los ponen al borde del peligro. No hay nada de malo en ello salvo, como en el caso que comentamos, que representen una amenaza a terceros no implicados en el juego. La posibilidad de una “víctima colateral” es inaceptable. Un joven puede en un espacio seguro, si le da la gana, destrozar su juguete de cien mil dólares, solo tendrá que entenderse con su papi... Bueno, pero allí topamos con otra dimensión y enfrentamos conceptos de otra índole.

Bisiesto

Los grandes temas del 2024

Vivimos en una sociedad donde el fetichismo del vehículo terrestre motorizado es sin duda la más apasionada devoción y quizá la única creencia. La diversidad de marcas, modelos, prestaciones, colores y precios nos engaña. En realidad, el dios carro, el dios auto, el dios coche y más personas es una sola divinidad verdadera, es la deidad moderna más universal y aceptada. A ella se dedican enormes espacios de vías y parqueaderos. Para mantener favorable a este dios, se sacrifican bosques, parques, monumentos, que se aniquilan o se trasladan para mantener el flujo vehicular. Es como el dragón de los babilonios, un ídolo al que hay que dar de comer, siendo su principal alimento los hidrocarburos... que últimamente se vaya imponiendo, de manera forzada, el motor eléctrico, no cambia para nada la esencia de la historia. Esto es así en todo el mundo, pero en el Ecuador el nuevo culto se impone de una manera burda, feroz e incontrastable. La precariedad de nuestros transportes colectivos lo hace insustituible, en millones de hogares se le dedican capillas denominadas garajes, en donde se adora una o varias encarnaciones del gran dios. Se dirá que es el factor práctico, o sea solucionar la necesidad de transporte, la base de la nueva fe. Así es en todo el mundo, pero la práctica ecuatoriana se da en una sociedad que ha perdido todos los valores, en la que la religión se desvanece, los valores cívicos se han extinguido ya y la ética pública jamás ha sido inaugurada. Por eso se inventa un ritual en el cual una valiosa imagen del dios automóvil, valuada en cientos de miles de dólares, es sacrificada en una orgía de velocidad y adrenalina. (O)