A Pobres criaturas, película del director griego Yorgos Lanthimos, simplemente la calificaré de trascendental. La exacta significación de este término es que sus efectos no se limitan a la mera experiencia de la visión del filme, sino que generan reacciones y consecuencias en otros ámbitos y niveles. Su mera forma cinematográfica aporta aciertos en todos los aspectos. El excelente guion en manos de un magistral artesano fílmico como Lanthimos se muestra por ejemplo en la fotografía, recurriendo incluso a antiguos tipos de película ya descontinuados. Sobre este vehículo básico se registra una escenografía cuidada al mínimo detalle, casi íntegramente recreada en estudio. En ella se desarrollan una dirección de actores muy sapiente, una banda musical que se disfruta sin distraerse y actuaciones que demuestran el claro deseo de los protagonistas por “hacer un buen papel”, sobre todo la actriz principal Emma Stone, su desempeño será inolvidable.

Todo en la cinta da la impresión de haber sido muy pensado y trabajado. Sin embargo, intencionadamente no hay maquillajes, pero al prescindir de ellos consigue una intensidad inédita. Hay dos excepciones a esta ausencia, la larga escena del burdel (como era de esperar) y el principal personaje Godwin Baxter, el cirujano cuyos “trabajos” son la materia de la historia, que debió someterse a cuatro horas de maquillaje por día. A Baxter lo interpreta con solvencia Willem Dafoe, que nos recuerda al gran Jack Palance, maestro en estos roles extraños. Antes de girar a otra faceta, recomiendo al lector interesado consultar sobre estos y otros detalles interesantísimos de esta producción. El cirujano de Pobres criaturas evoca al monstruo de Frankenstein de varias creaciones cinematográficas anteriores. En las primeras escenas, en blanco y negro, se rinde un claro homenaje al cine de terror del expresionismo alemán. Mary Schelley está dos pasos atrás. Es decir que la historia y su tratamiento fílmico se insertan a conciencia en una importante tradición, con la clase que aporta la vasta cultura artística de su creador.

Estamos entonces ante una fábula que reinterpreta un antiguo y fascinante mito: la fabricación de un ser humano por humanos. Entre sus antecedentes tenemos la leyenda de Pigmalión que Ovidio incluyo en sus Metamorfosis. Hacia la Edad Media topamos con la profunda narración hebrea sobre el Gólem. No olvidemos al charlatán Homúnculo del Fausto goethiano. Y no han faltado quienes han puesto manos a la obra de hacerlo en realidad. Unos optaron por la vía biológica como Frankenstein y Baxter, sin que se conozca de algún éxito en la empresa. Tuve la oportunidad de entrevistar a Ian Wilmut, padre la oveja Dolly, quien me dijo algo que había repetido varias veces “sería una irresponsabilidad clonar a un ser humano”. Sí que lo sería, pero técnicamente esa puerta permanece abierta. ¿Se puede introducir en esta estirpe a los robots y a los artilugios de “inteligencia artificial”? Pienso que no, pero sí al “hombre nuevo” del socialismo latinoamericano, un intento de alterar al ser humano, al punto de acostumbrarlo a no comer. En Ecuador el experimento fracasó, pero en Cuba y Venezuela prosigue con resultados mixtos. (O)