Hace unos días en un conversatorio alguien me decía: “hace 26 años le oí en un debate y se planteaban exactamente los mismos temas que ahora”. Y le respondí que eso era la demostración, más allá de mis propias limitaciones, de que en el país no avanzamos y una razón es que los temas que se plantean en público nunca pasan el procesamiento político y social, no son evaluados a fondo y eventualmente convertidos en cambios sustanciales. Cada uno sigue en su esquina y mira a los demás con desconfianza.

Veamos el fútbol. Hace pocas semanas en la Liga de Quito una parte de la dirigencia fue reemplazada en un proceso que puede ser comprensible, pero que se hizo de mala manera, sin conversar, sin transición ordenada, cometiendo errores negativos para el equipo; es fácil imaginar varias formas en que pudo ser mucho mejor. Y al mismo tiempo en Barcelona y El Nacional hay elecciones impugnadas, criticadas, y detrás de eso hay directivas que quieren mantenerse a toda costa o nuevos interesados queriendo entrar de cualquier manera, y uno solo puede hacerse la pregunta ¿por qué tanto interés en manejar estos equipos?, ¿por amor a la camiseta o más bien una necesidad de poder y figuración, o peor, por tajadas económicas personales? Y lo mismo sucede desde las cooperativas de taxis hasta posiblemente los gremios empresariales o de trabajadores (recuerden, por ejemplo, cómo sus representantes se aferraban al consejo del IESS) y tantas otras organizaciones. En definitiva, intereses personales por encima de la capacidad de trazar caminos sensatos.

Obviamente la política es reina en este campo. Lo más importante que ha sucedido en el país, la dolarización, surgió únicamente del empuje de un grupo de ciudadanos motivados cuyas propuestas, por suerte, se encontraron con un gobierno necesitado de salvavidas. Pero, por ejemplo, el sistema de seguridad social avanza sin remedio hacia un desastre y no hay la capacidad no solo de enfrentarlo, sino de ni siquiera discutir seriamente opciones. O el manejo del Estado, caminamos de crisis en crisis, que siempre se resuelven con impuestos (cada vez menos estructurales, solo hechos a la medida para tapar huecos temporales) y nunca con base en una discusión seria sobre su rol y cómo en consecuencia debe dimensionarse (hoy sin duda es excesivo). O cómo generar mayor competencia (interna y externa) en el mercado financiero que requiere de un empuje en eficiencia y profundidad. O el mercado laboral, donde cualquier ecuatoriano de sentido común determinará que el sistema no es sano ni para los empresarios ni para los trabajadores... pero ahí seguimos. Quizás hemos encontrado un espacio de acuerdo sobre los tratados de comercio, el gobierno de Correa firmó con Europa (aunque de muy mala gana) y en los últimos meses se han firmado varios más y se vienen otros. O sobre el petróleo y minería, donde cada vez potenciamos menos una fuente importante de recursos para el país, pero ni siquiera discutimos sobre el mejor uso de esos recursos. Mientras tanto, la política se mueve alrededor de pequeñas reyertas de poder (pequeñas, pero que probablemente abren la puerta a insondables ventajas para algunos)... ¡ciertamente son los políticos, pero no son solo los políticos! (O)