Los países de Hispanoamérica son similares entre ellos, aunque tengan cada uno acentos e intensidades que dan color propio a su realidad. En apariencia ajenos unos a otros, cargándonos de motes y apodos, interponiendo prejuicios y fronteras, el hecho es que hemos tenido historias parecidas. Así, a principios del siglo XIX se produce una primera ola revolucionaria que barre el continente y convierte a todas las colonias españolas, salvo Cuba y Puerto Rico, en Estados soberanos. La influencia de las revoluciones americana y francesa es decisiva en esta transformación.

Pocas décadas después se produce una segunda ola, la de las revoluciones liberales, que trataron de destruir el Estado confesional y nobiliario heredado del coloniaje español. La Reforma juarista en México puede tomarse como modelo de estas transformaciones, que casi siempre necesitaron triunfos armados para imponerse. Su aporte fue muy importante para las sociedades en las cuales se produjeron, los derechos y libertades fundamentales se convirtieron en una posibilidad real, se proclamó una igualdad legal y se echaron a andar Estados razonablemente democráticos. Estos procesos tomaron un lapso que va desde mediados del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX y se solapan con la tercera ola, la de las revoluciones nacionalistas. A estas, en realidad, debemos llamar estatistas pues hicieron del Estado, supuesta encarnación de la nación, el soberano absoluto de la sociedad en todos los campos. De nuevo fue el fenómeno mexicano el paradigma que seguirán estos movimientos, si bien hubo otros muy importantes como el boliviano. La herencia de estos regímenes son Estados burocratizados y corruptos, que han producido un retraso general en todo el subcontinente. Pasada la mitad del siglo XX surge la cuarta ola, la de la revolución comunista. Al principio se consolidó solo en Cuba, pero luego dominará Nicaragua y Venezuela. En todo caso, produjo los mayores desastres económicos y humanos de América Latina. Si alguna vez fue una errada esperanza, ahora yace putrefacta y despreciada en la cuneta de la historia.

Pero un suceso en esta semana podría ser el inicio de la quinta ola, una que por fin nos encamine hacia la prosperidad y paz. Hablamos del triunfo del libertario Javier Milei en las elecciones argentinas. Su propuesta es una transformación radical para instaurar un sistema republicano de libertad y dignidad, que acabe con el modelo estatista y limosnero salido de las revoluciones nacionalistas y acentuado con los malos ejemplos del socialismo. Bueno, eso es lo que entendemos se buscará, pero me asusta ver que enseguida se han subido a la camioneta partidarios de tendencias que no tienen nada que ver con el libertarismo. No hay que creer que es libertario cualquiera que se declara anticomunista, como hacen los jeques árabes. Ahí he visto al inepto conservador Bolsonaro, al socio de los chinos Bukele, al fascista Abascal, todo con la bendición del lumpenbillonario proteccionista Trump. Esos de libertarios no tienen nada, son agentes del retroceso... en esa línea nos haremos amigos de Orban y estaremos a un paso de aliarnos con Putin. Vamos con cuidado, presidente Milei, que estamos de apuro. (O)