Las elecciones son solo una parte del sistema democrático, pero muy importante porque ahí se decide quién es quién. Luego se puede filosofar mucho (incluso arrepentirse), pero muchas cartas quedarán jugadas, en este caso por 18 meses y con una enorme influencia para los siguientes 48, porque el nuevo presidente sin duda tendrá la reelección entre ceja y ceja.

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Ya que mañana se juega un paso clave de la democracia, vuelvo sobre lo dicho en agosto en esta misma columna:

1. Tenía razón Churchill (parafraseando): “La democracia es el menos malo de los sistemas”, porque es realmente muy extraño: personas autoescogidas sin ningún mérito especial se presentan para ser electas a cargos importantes (Presidencia o Asamblea), de manera obligatoria, porque en la práctica no existe la opción de rechazarlas. Es como si para la gerencia de su empresa usted tuviera necesariamente que escoger entre los 4 o 5 que se presentan el día tal. ¿Cargos importantes? Efectivamente, tienen enormes potestades, como decidir cuántos impuestos pagamos (obligatoriamente) y en qué se gastan; y, peor aún, toman decisiones sobre nuestras vidas: educación, libertad de comerciar, lo lícito o ilícito, las relaciones laborales, el uso de la fuerza y tanto más. Afortunadamente, porque pueden abusar de estos poderes (y lo hacen sin temor), la democracia se ha inventado el equilibrio de los tres poderes para que se controlen entre ellos. Algo es algo.

2. Pero es también extraño cómo actuamos los electores: si bien no disponemos de mucha información para elegir, tampoco nos esforzamos mucho en buscarla y evaluarla... Decimos: “La política no me interesa” o “Igual tengo que seguir peleando en mi vida diaria”, como si lo que hacen los políticos no nos afectara.

Decimos: “La política no me interesa” (...), como si lo que hacen los políticos no nos afectara.

Y eso es lo que tendremos mañana entre manos: elegir con responsabilidad porque esto influye marcadamente sobre nuestra vida personal y colectiva... Obviamente quisiéramos que las decisiones políticas tuvieran menos influencia, pero mientras ese momento no llegue debemos seriamente preguntarnos: ¿quién tiene la mayor capacidad personal y de equipo para gobernar?, ¿quién tiene las ideas más sensatas, no solo pensando cómo a mí me afecta directamente hoy, sino en cómo eso nos genera un mejor entorno presente y futuro? Y algo fundamental: ¿quién tiene mejores valores de vida, lo cual implica no solo pensar en la capacidad operativa de lograr resultados, sino en quién puede actuar con mayor buena fe, sin sesgo hacia el amor al poder (tremendamente peligrosa la tentación de eternizarse), favorecer a su grupo de amigos, repartir empleos y contratos, manipular la justicia, creer que la inseguridad creada por los grupos mafiosos se resuelve dejándoles un camino libre para sus actividades? Primero hay que ser (buenas) personas antes de ser (buenos) gobernantes.

Hay los regímenes dictatoriales donde un grupo decide todo, y con violencia, a nombre de los demás. Hay los sistemas estatistas donde se llega a lo mismo, aunque solo en apariencia de manera menos violenta. Y hay los sistemas democráticos con la opción de escoger y controlar (aunque con limitantes); pero para que eso funcione mínimamente es clave nuestro sentido de responsabilidad… Así debería ser mañana… (O)