Independientemente de ganadores y perdedores, los políticos, las autoridades y los electores debemos extraer lecciones del camino recorrido hasta llegar a la elección realizada el domingo. En primer lugar, para nadie es desconocido que fue un camino escabroso, lleno de baches y de trampas, que se inició con esa disposición de la “muerte cruzada”, incrustada sin un mínimo de lógica en la Constitución. La capacidad de poner fin al mandato del Ejecutivo y el Legislativo es propia de los regímenes parlamentarios, donde las funciones de jefe del Estado y de jefe del Gobierno están separadas y, por tanto, son ejercidas por dos personas diferentes. Además, el jefe del Gobierno nace de la mayoría parlamentaria, no de la votación directa de los electores, lo que condiciona la duración de su mandato a la preservación de esa mayoría. Finalmente, cuando se disuelve el Parlamento y se adelanta una elección, esta se realiza para un nuevo periodo, no para completar el que estaba en curso, de manera que no se introduce un elemento de inestabilidad como el que tenemos ahora con un Gobierno que apenas tendrá 18 meses para su gestión (y que podría ser de apenas seis meses si algún presidente disolviera la Asamblea el último día de su tercer año de gobierno). Por tanto, la primera lección es ir de manera urgente a una reforma de la Constitución por lo menos en ese punto.

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En segundo lugar, fue evidente que los primeros sorprendidos con la convocatoria a la elección fueron los mal llamados “partidos políticos”. Ninguna de las organizaciones que cuentan con un membrete certificado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) tenía las condiciones necesarias para enfrentarse a ese desafío. No habían formado cuadros políticos a los que pudieran presentar como candidatos, no tenían la organización adecuada para la campaña, ni siquiera tenían un ideario claro. Por ello, asistimos a un mercado político de oferta y demanda, con membretes en busca de candidatos y candidatos en busca de membretes. Incluso en uno o dos casos que los candidatos surgieron de la organización, fueron personas prácticamente sin trayectoria política y sin las condiciones adecuadas para el cargo que buscaban. Entonces, la segunda lección es la necesidad de una reforma profunda de las leyes de partidos y de elecciones.

En tercer lugar, nuevamente el CNE se encargó de sembrar dudas en el proceso electoral. La agilidad en entregar los resultados de la elección quedó opacada por la ausencia de control previo, especialmente en la fase de la precampaña, y por la ilegal y absurda decisión de repetir la votación en el exterior. Lo hizo después de haber difundido los resultados, de manera que cualquier cambio que se haya producido con la votación del domingo llevará a una confrontación de muy difícil solución y contribuirá a socavar aún más la deteriorada imagen de esa institución. Todo ello lleva a la tercera lección, que es, por un lado, dar paso a la renovación urgente de sus integrantes (algo engorroso por la maraña legal), y, por otro lado, a la necesidad de reformar las leyes que determinan su conformación y su gestión.

Finalmente, la lección más difícil de entender y aceptar es el papel de la ciudadanía. Nos cabe la responsabilidad de abandonar el TikTok y las redes sociales como fuente básica de (des)información y asumir nuestra condición de núcleo básico de la democracia. (O)