Hace mucho que Ecuador no era noticia internacional con tanta intensidad como lo ha sido en las últimas dos semanas. Que si el atentado explosivo; que si el secuestro extorsivo o el de rehenes en un canal de TV; que si el estado de excepción y luego el de “conflicto armado interno”. Que un fiscal es asesinado a tiros a plena luz del sol y en una zona muy transitada, o si otro funcionario judicial cayó o lo lanzaron de un octavo piso. Y por último, un megaoperativo en el interior de la Argentina, donde se detectó el aparente refugio, a miles de kilómetros, de los íntimos de un combatiente de esta guerra absurda.

Estado, política y guerra

Interpol, la policía internacional, es protagonista de estas historias vinculadas a Ecuador, en Panamá, Estados Unidos y Argentina. En Colombia y Perú sus ejércitos y policías especiales están resguardando la frontera común para evitar un “desborde” de la violencia, como si ellos fueran ajenos a lo que pasa, pues han sido innegablemente parte de este proceso de deterioro social. Y hasta en Chile, el de las siempre excelentes relaciones con esta patria, su presidente se ha apurado en aclarar que la violencia delictiva que también sufren no los va a convertir en Ecuador, como si fuésemos la peor paria del continente.

Es doloroso para quien, como yo, he dedicado la vida a la comunicación, ver todo este despliegue en torno a este paisito, la antes llamada isla de paz, que resistió por décadas el desmadre narco que crecía y sangraba en los países vecinos. Que se unió como un puño cuando fue agredido desde el sur y no soltó ese puño hasta que se logró un acuerdo definitivo limítrofe. Que a pesar de haber sido uno de los primeros epicentros americanos de la pandemia del COVID-19, con el desgarrador escenario de Guayaquil ese marzo de 2020, supo levantarse y salir adelante, luego de enterrar miles de muertos.

Ni uno más

Somos buenos para exigir, pero no para pagar

Se refieren a él como antro de la violencia, cuando también es el país del multiclima y de la mayor diversidad de aves. De los hermosos paisajes andinos y de las bellas playas, donde, de paso, se disfruta de ese prodigio que es la comida manabita, sin duda, de las mejores del mundo. Cuando es también el país de Alberto Spencer y Jefferson Pérez.

Lo sé de sobra: la noticia es la fotografía del momento, y la nuestra ahora es de terror. Como también sé que las noticias con connotación mala circulan más y con mayor facilidad por esa condición humana de estar propenso a lo negativo y escéptico para lo bueno. Y también sé que los contextos bien explicados permiten mejores desarrollos de la información y evitan injusticias.

Ya esta tormenta, este triste momento de fama mundial, pasará y volveremos a ser el paisito cuyos sucesos no dan ni siquiera para una nota en el entorno regional en el que tradicionalmente estamos. Y lo prefiero así, antes que ser reconocidos en el mundo por el terror y la sangre que dejan a su paso grupos de pandilleros evolucionados en bandas, que pese a llamárselos objetivos militares siguen desafiando a la autoridad.

Hace mucho que no me costaba tanto escribir sobre mi país. Duele ver lo que intereses de pocos han dejado que ocurra. Pero lo conozco y sé que de este también se levantará. (O)