El debate sobre la situación económica del país demuestra que disfrutamos de la repetición de las prácticas erradas que nos han condenado al estancamiento. En agosto se conmemorarán 45 años de vigencia del régimen democrático y casi la totalidad de ese periodo le hemos hecho el quite a la definición de un modelo de desarrollo que merezca ese nombre. Lo que ocurre en estos días en la Asamblea con el proyecto propuesto por el presidente de la República es la evidencia más reciente de esa conducta. Además de comprobar la enorme incapacidad de la mayoría de los integrantes de ese cuerpo para asumir su responsabilidad, es una demostración de la visión inmediatista que ha predominado en la política a lo largo de todo ese tiempo. El pretexto en esta ocasión es la necesidad de obtener recursos para combatir al crimen organizado que, sin duda, es un tema prioritario, pero, como es costumbre, es el asunto inmediato que está siendo utilizado para dejar intocado el problema de fondo.

Nace un memécrata

Si se hace un recuento de las veces que hemos puesto por delante lo urgente (emergente es el barbarismo que utilizan) mientras hemos postergado lo estructural, habría que remontarse a mediados de la década de 1980. Varios presidentes de diversas posiciones políticas comprendieron que el modelo primario-exportador requería más que una reforma un reemplazo total. Pero la debilidad política de ellos fue aprovechada no solo por los opositores, sino también por sus propios partidarios, para concentrar las acciones en los asuntos coyunturales. La mayoría de los gobernantes que vieron en las crisis una oportunidad para impulsar los cambios estructurales debieron retroceder o resignarse a que su mandato termine abruptamente. Mientras la mayoría de los países de América Latina hacían la reingeniería total, ya sea siguiendo el modelo neoliberal o bajo una forma más cercana al estado de bienestar (como los casos de Costa Rica y Uruguay), Ecuador practicaba el incansable juego del avance y retroceso.

(...) es una demostración de la visión inmediatista que ha predominado en la política... todo ese tiempo.

Los resultados están a la vista en el desempleo, el empleo precario, los altos niveles de pobreza y el crecimiento raquítico. Para no abundar en cifras, basta señalar que el PIB por habitante del año 2000 fue exactamente el mismo que el de 1980 y que el de 2022 fue el mismo que el de 2006. Si el conjunto de América Latina perdió una década a finales del siglo pasado, Ecuador prácticamente cuadriplica esa cifra.

¡Tantos pasos en el camino!

El origen del problema está en la confluencia de tres elementos: 1) la existencia de los denominados actores de veto (veto players), que son personas o instituciones con capacidad para imponer sus intereses por encima de la voluntad popular; 2) la generalización de las prácticas clientelares, que arrojan beneficios inmediatos a grupos poblacionales delimitados dejando de lado la aplicación de políticas universales; 3) la corrupción, que les permite resguardarse, con su entorno inmediato, de los efectos negativos que afectan a toda la población y pueden comprar los apoyos electorales necesarios. Con todo ello evitan el castigo político derivado de los malos resultados. Muchas veces, esos tres factores se encuentran en un solo actor, ya sea una persona, un partido o una organización social (incluso algunas que dicen ser no políticas). Ahí están algunos de los ingredientes de la receta indigesta que nos encanta. (O)