El Estado ecuatoriano hace agua por muchas partes. Está lleno de goteras y de cloacas obstruidas, que retienen toda la podredumbre que llega hasta ellas por su mal diseño y, sobre todo, por la mala gestión de los usuarios y de los propietarios. La ilusión de que cerrada la Asamblea viviríamos en un periodo de mediana racionalidad, se desvaneció con las actuaciones de los brillantes integrantes del Consejo de Participación, de la Corte Nacional de Justicia, del Consejo Nacional Electoral (CNE) y del Consejo de la Judicatura. Fueron tantas y tan enormes las barbaridades que lograron eclipsar al Gobierno y la campaña electoral anticipada quedó relegada a memes y emoticones de escasa creatividad (de estética tecnocumbiera, en el un lado, y del mundo de Barbie, en el otro lado).

El CNE se pasó quién sabe por dónde la ley que le rige y el sinfín de reglamentos de anterior cosecha y de la suya propia para decidir que se repitan las elecciones de asambleístas en el exterior. Con esto intenta solucionar su propio error de no haber tomado las medidas adecuadas para utilizar por primera vez la modalidad telemática para el voto de los residentes en el exterior. Siempre lo hicieron de manera presencial (incluso en la pandemia), pero ahora, sin explicación, se decidieron por la experimentación con una compañía que, según los entendidos, no cumplía con los requisitos mínimos para ello. Sea por incapacidad y torpeza o, como sostienen muchas personas, por algún intento de alterar el resultado de la elección general, esto incidirá sobre el equilibrio de las mayorías y las minorías en la Asamblea y cubrirá de dudas a todo el proceso.

Volvimos a elegir a los mismos o quién sabe si no a peores que aquellos a los que despedimos...

Por su lado, el enfrentamiento que se mantenía en forma larvada entre Consejo de la Judicatura y la Corte Nacional de Justicia abandonó esa condición y se convirtió en espectáculo público. Cuando parecía que se había tocado fondo con las bufonadas del presidente del primero, se demostró que aún era posible hundirse más cuando con una sorprendente matemática (¿arbitrariedad, ignorancia o mezcla de ambas?) convirtieron a dos en la mayoría absoluta de cinco y con ello dejaron en el ambiente el infaltable e insoportable olor del espíritu de cuerpo. Como si algo faltara, el Consejo de Participación aprovechó para saltar al cuadrilátero y meter su cuña en contra de la fiscal general, a la que hay que quitar del camino que lleva a la santificación de los corruptos. En síntesis, un enredo que deja como juego de niños a las decisiones de los jueces cantonales que ponen en libertad a delincuentes de todos los tipos: comunes, corporativos, de cuello blanco y, por supuesto, políticos.

Para nadie es un misterio que detrás de cada uno de estos hechos hay responsables de carne y hueso, personas concretas, con nombres y apellidos que van precedidas por títulos pomposos. Pero, si decidiéramos hurgar un poco en la cloaca podríamos constatar la mayor responsabilidad nos cabe individual y socialmente. Sin ir más lejos, podríamos considerar la manera despreocupada e irresponsable con que desperdiciamos la oportunidad que tuvimos el 20 de agosto. Volvimos a elegir a los mismos o, quién sabe si no a peores que aquellos a los que despedimos entusiasmados cuando se les cruzó la muerte política. Nuestro voto los revivió, los revive a cada momento y los seguirá reviviendo para que sigamos habitando en el caos. (O)