Eso es sintéticamente lo que nos dice el filósofo francés Jean-François Revel en el primer párrafo de su obra más famosa: El conocimiento inútil. En días anteriores celebramos el centenario del nacimiento de este intelectual, quien junto con una pléyade de pensadores de la misma nacionalidad están entre los más notables teóricos del liberalismo. Alexis de Tocqueville, Destutt de Tracy, Frédéric Bastiat, Raymond Aron, Revel, por supuesto, y actualmente Guy Sorman forman parte de este selecto grupo. Curiosamente, en su país estos maestros no han gozado de un prestigio a nivel de su talento, su ideal es ignorado y ningún gobierno intentó realizar un programa afín a sus ideas.

La mitología de la Revolución de 1789 domina la iconografía de la República francesa, a pesar de que, para imponer sus reformas, el régimen revolucionario implantó en Francia el Terror, feroces masacres en las que decenas de miles de personas fueron guillotinadas o ejecutadas por métodos aún más expeditivos. La carnicería adquirió característica de genocidio en la represión de La Vendée. Estos excesos fueron silenciados, disimulados o excusados con el pretexto de que había que defender la Revolución. Basándose en los análisis de Tocqueville, Revel arremete contra esta impostura, invocando el principio ético según el cual no puede justificarse el asesinato, y peor aún la masacre, en nombre de una ideología. Juicio similar le merecen las excusas, ocultamientos y eufemismos con los que se trató en la academia y en la prensa los crímenes de Lenin, Stalin, Mao y decenas de caudillos comunistas de menor monta, cuyas dimensiones colosales sobrepasan en cientos veces al Terror francés. Y acomete contra el pensamiento único de izquierda impuesto en universidades de Europa, y contra el copamiento de la prensa por elementos marxistas en muchos países.

Estos excesos fueron silenciados, disimulados o excusados con el pretexto de que había que defender la Revolución.

Se dieron ciertos cambios desde los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando Revel libraba su combate contra la manipulación masiva de la verdad, pero en modo alguno puede decirse que el peligro ha pasado. Por ejemplo, ahí están las aberraciones de la cultura woke y las contemplaciones con el islamismo. Pero él ya advirtió contra las concesiones de derechos inexistentes a cambio de los verdaderos derechos y contra los peligros del globalismo.

Oí hablar por primera vez de este sabio polímata al ilustre Alfonso Rumazo González, cuando tenía un espacio de opinión en la televisión, algo impensable en la banal actualidad. Rumazo analizó la obra Ni Marx ni Jesús, de Revel. Desde entonces tuve un interés creciente, que se aceleró en las últimas décadas, en la aventura intelectual apasionante y ejemplar del francés. Hijo de un colaboracionista con los alemanes, se incorporó a la resistencia antinazi y luego al Partido Socialista, al que criticó por su actitud para “ver hacia otra parte” ante la inepcia y la cerrazón de las tiranías comunistas. A raíz del mencionado libro se produjo la ruptura con la izquierda que lo llevó a asumir que el liberalismo democrático es la opción más válida para la humanidad. Demostró con sus escritos y sus hechos que el error permanente no es compatible con el talento y la honradez. (O)