Las arenas del tiempo caen sobre los escombros de los helicópteros Dhruv de fabricación india, comprados en tiempos del correísmo. Una escuadrilla de siete de esas naves de despegue vertical fue adquirida en 2008. Cuatro se cayeron en accidentes que dejaron algunas víctimas mortales, los tres restantes no están operativos. Pérdida completa, un perjuicio evidente al erario nacional que, sin embargo, en opinión de las autoridades que propiciaron tamaña estafa, no ocurrió. Nadie ha sido condenado y los beneficiarios del delito disfrutan de plena libertad. La acción de por sí dolosa se convirtió en criminal cuando el general Jorge Gabela, ex comandante general de la Fuerza Aérea, fue asesinado tras denunciar el irregular proceso. Se arrestó a algunos de los presuntos autores materiales, pero los mentalizadores del hecho siguen volando alto. Si algún instante de satisfacción recibimos los partidarios de la libertad, fue cuando la valiente viuda del malogrado militar, señora Patricia Ochoa, hizo retroceder amilanado al autoritario que le dijo “que no vengan con esas cosas”, por pedir justicia en el hórrido caso.

Caso Dhruv: hechos que rodearon la caducidad del proceso judicial están en investigación del Consejo de la Judicatura

Disculpen, me desvié. Voy a hablar sobre otros helicópteros, pero la mención de la palabra subleva el ánimo, por más que sea este el país del olvido, donde la opinión pública no puede prestar atención a un suceso por más de pocas semanas. Me acordé pues del asunto a propósito del impasse en el que nos metimos cuando se informó que venderíamos a los Estados Unidos, como chatarra, los escombros de unos helicópteros soviéticos. A cambio recibiríamos material de seguridad en buen estado. Mala suerte ha tenido el Estado ecuatoriano con los helicópteros pensé. Pero el reclamo de Rusia era legal, basado en un acuerdo expreso por el cual Ecuador se comprometía a no ceder a una tercera potencia material bélico proporcionado por el gigante euroasiático. Es un tipo muy frecuente de condición que imponen los países que proveen a otros de armas. La publicación apresurada del fallido acuerdo con el Gobierno americano fue un tropezón. Se dice “un tropezón no es caída”, así es, mientras que el caso Dhruv no fue una caída sino cuatro... por lo menos.

Nadie ha sido condenado y los beneficiarios del delito disfrutan de plena libertad.

Ahora, el tema de los autogiros enmascara un asunto más de fondo: es la alineación de nuestro país en el juego de fuerzas internacional. A cuenta de pragmatismo no podemos volver a la pobre imagen que dábamos cuando, en todos los temas importantes, los despachos de noticias informaban “Ecuador se abstuvo” junto con dos o tres países de poca monta. Si algún acierto tuvo el Gobierno anterior fue expresar clarito la condena a la invasión de Ucrania, una agresión que no tiene ninguna disculpa ética y que ha retrotraído la historia a siglos pasados, cuando los grandes imperios podían abusar de las naciones más pequeñas, cercenando sus territorios y mediatizando su soberanía. Teníamos que cumplir lo pactado con Rusia, no quedaba otra, pero no podemos, por hacer negocios puntuales, romper filas y abandonar la vocación republicana, el derecho y la razón que representa Occidente. Ecuador siempre fue una república que produce banano, jamás una república bananera. Sigamos conservando esa honrosa condición. (O)