¿Les pasa que ahora sienten menos expectativas que antes por el gabinete de Gobierno? A mí se me reduce el entusiasmo en cada elección y aplico aquella frase que en cada proceso depresivo me repetía mi padre: “No esperes demasiado de la gente. Espera mejor a que te sorprendan”. Porque si la expectativa es grande, mayor aún podría ser el despecho.

Me ha vuelto a ocurrir esto en días recientes, cuando veo el riego por goteo en que se ha convertido el nuevo equipo de trabajo presidencial. Y aunque no he escuchado mucho aquella frase cliché de que “gobernaré con los mejores hombres y mujeres, estén donde estén”, sí ha sonado una vez más aquello de que “no se quedará nadie del gobierno anterior”. Y para cumplir esta última afirmación, suele cometerse el error de optar por segundos o terceros, de la misma línea ideológica y política que ya estaba en funciones, lo que ha significado incluso entregar las instituciones solapadamente a sectores políticos antagonistas. O perpetuar la corrupción.

Con el alto nivel de exigencia de maestrías y doctorados que la política educativa de las dos últimas décadas ha exigido a la academia, ¿se ha mirado hacia ella en busca de ministros, subsecretarios, directores o gobernadores? ¿Han contactado a gremios, universidades y escuelas politécnicas en esa pesquisa? O al menos, ¿se han revisado los historiales de rendimiento académico de esos muchos, miles, que fueron favorecidos con becas pagadas con el dinero de todos los ecuatorianos, para posgrados en el exterior que en muchos casos no han significado un feliz retorno laboral?

Creo que escribo estas líneas en medio de un ataque profundo de desconfianza... me esmero por seguir siendo un optimista...

Y si nada de esto, como es evidente, se toma en cuenta desde cuando gobernaban los mismos que exigían Ph. D., acumulaban honoris causa y utilizaban políticamente cupos de posgrados al exterior, entonces se ratifica que no se busca necesariamente a los mejores. En el actual riego por goteo ministerial parecería que prevalece un elemento que se encumbra cada vez más: la lealtad a ciegas y a toda prueba, y en el camino aprender lo que falte. Es entendible, viendo al mismo tiempo las celadas y volteretas que se dan en la política, pero no garantiza la efectividad que con urgencia requiere un Ecuador sumido en una profunda crisis económica y de convivencia.

Entonces me salta otro pensamiento: tal como se le exige al candidato que presente su plan de gobierno y que pueda (nunca ha ocurrido pese a las evidencias) ser destituido por incumplirlo, debería exigirse al candidato que revele los nombres de las principales figuras de lo que sería su equipo de trabajo. Política, economía y seguridad, en esos tres fundamentales sectores, al menos. Porque el rol de quienes manejarán el Estado en esas áreas es tan importante que no deberían estar allí sin ser corresponsables del éxito electoral de quien los designa. Que deje de ser la definición ministerial una incógnita en la que podría predominar una lealtad que coquetea con la complicidad y se entremezcla con incondicionalidad.

Creo que escribo estas líneas en medio de un ataque profundo de desconfianza. No obstante, me esmero por seguir siendo un optimista incorregible, porque así lo necesita mi país. (O)