Lo más afín a un premier de la República que hemos tenido en los últimos tres periodos presidenciales es Henry Cucalón, aunque lamentablemente sin las condiciones ideales para que la función, tan importante en sociedades convulsas como las nuestras, permitan que su trabajo sea fructífero.

¿Qué tiene y qué le falta a este premier? Su amplia preparación político- académica, primero; su convicción democrática; su experiencia desde lo políticamente básico, al empezar como secretario municipal; su conocimiento pleno, por haber habitado sus entrañas, del principal espacio de negociación, la Asamblea Nacional, donde el ministro de Gobierno, cualquiera, debe moverse como pez en el agua. Como lo hacían Heinz Moeller, Marcelo Santos, Andrés Vallejo, Antonio Andretta, para citar algunos de tiempos cercanos. Y no cito más cercanos porque en el correísmo el cargo lo ocupó el mismo presidente, por más de una década; y del morenismo y los dos primeros años del lassismo no me quedan referentes.

¿Falencias? Claro que el actual las tiene, como las han tenido los otros también. Poca trayectoria político-electoral; demasiada paciencia en esperar un espacio en su andar partidista; su falta parcial de carisma derivada, pienso, de su falta de horas de vuelo en tarima. Pero la principal desventaja que ha tenido el actual premier ha sido el tiempo: llegó muy tarde, cuando el Gobierno, tras desperdiciar el alto potencial popular que le dejó su excelente proceso de vacunación, trataba de imponer cosas, se peleaba con los cuatro costados políticos y avanzaba a toda máquina hacia un juicio político de destitución. La negociación, entonces, más que para avanzar, derivó en la búsqueda de una salida digna.

Hay dos certezas, al menos, al arranque del nuevo gobierno y que son muy importantes para acelerar esa... gobernabilidad...

¿Es una herejía lo que digo? No, y tampoco tengo la intención de promover su ratificación, porque el presidente Daniel Noboa, una vez bajado el telón electoral y terminado el baratillo de ofertas, deberá tomar sus propias decisiones en torno a su equipo y colocar en ese cargo a alguien que aglutine su confianza y eficiencia en la negociación política. Para avanzar hay que ceder a algunas de las convicciones y aspiraciones que tienen las minorías también.

¿Negociación? ¡Horror! ¡Más de lo mismo! ¡Corrupción! Surgen de golpe todos los prejuicios acumulados en torno a la política nacional, que no carecen de fundamentos, pero que no pueden regir el futuro satanizando la principal arma que tiene la democracia desde siempre: el logro de acuerdos políticos que viabilicen la gobernabilidad, ausente también por décadas en la política nacional, porque en mi cuenta no cabe en ese tema el periodo “revolucionario” en el que con mayorías obedientes en la Asamblea no se hablaba con las minorías, sino que se les pasaba por encima.

Hay dos certezas, al menos, al arranque del nuevo gobierno y que son muy importantes para acelerar esa ansiada gobernabilidad: será de transición, escaso de tiempo, flash; pero esa condición no puede volverlo intrascendente, efímero, fugaz. Que no merezca solo una mención en el gran libro de la historia nacional, sino que amerite capítulos enteros de cómo servir con eficiencia y contra reloj. (O)