País de cosas maravillosas: la naturaleza, diversas expresiones artísticas, la energía de la gente para salir adelante, cierta capacidad individual y colectiva para no llegar a situaciones conflictivas extremas. Pero al mismo tiempo somos muy malos para la real convivencia colectiva, generar confianza, ser más eficientes y productivos. Y con la terrible tendencia latinoamericana de culpar a otros de nuestros problemas. Ciertamente tenemos pésimos políticos, que han caído en la “selección adversa”, es decir, juntarse cada vez más entre peores, y así generar un lamentable entorno para la toma de decisiones de personas y empresas, y han agregado una inconmensurable corrupción contaminando a gobiernos, asamblea o justicia, y de cierta manera tornándonos rehenes de las mafias. Hay que culpar a los políticos... pero debemos culparnos nosotros mismos también. Hay estudios sociológicos explicando por qué actuamos mal, y lo han descrito desde Humboldt hasta Hurtado, pero también lo vemos en la vida diaria.

Por ejemplo, en el tráfico, que es un buen lugar de visualización colectiva porque ahí participamos (mal) todos los actores sociales. Las autoridades políticas aprueban leyes llenas de fallas, exageraciones y omisiones. Las municipales hacen vías con poca prioridad, colocan semáforos donde no deben o sin coordinación, ponen reglas de circulación absurdas. Los policías pasan más tiempo en el celular que controlando el tráfico, o solo se vuelven acuciosos cuando hay atractivas multas de por medio. Los buseros son un peligro, aunque a veces los propios pasajeros les inducen a excesos, y los taxistas compiten con ellos. Los conductores de vehículos hacen (hacemos) los mejores esfuerzos para que el tráfico sea un caos, ocupando carriles que no debemos, invadiendo vías, neutralizando los cruces de vías, y en medio de ese caos los peatones aportan su grano de arena escogiendo las diagonales y la danza entre vehículos como su cruce favorito... ¡un recuento agotador!

Quizás pensamos: “eso es menos grave que la corrupción de los políticos”, menos grave ciertamente, pero muy dañino en la vida diaria. Y mejorar solo depende de que abramos los ojos, miremos alrededor y actuemos mejor, respetando a los demás.

O en el fútbol (que ciertamente ha progresado). Siempre recuerdo tanta gente que se emocionó y sigue emocionada con la “mano de Dios”, Maradona en 1986. Me parece aberrante que lo festejemos, porque es poner en primera línea a la trampa como medio de éxito. Algunos dicen “pero es fútbol, era un momento excepcional luego de las Malvinas, no es lo mismo que otras cosas en la vida”. Pues yo creo que sí lo es, aunque soy fanático del fútbol y esto suena antipático.

Festejamos eso, igual que festejamos tantas otras “vivezas”. Y en la cancha nuestro fútbol es primero una “estafa” a los espectadores que pagan, porque se pierde una enorme cantidad de tiempo entre lesiones simuladas y lentos movimientos de engaño. Y efectivamente es un intento permanente de engañar ilegalmente a árbitros y opositores. Y además hay algunos (¿o más?) dirigentes de cuestionable accionar. El fútbol nos dice mucho de nuestros defectos... Ahí vamos, entre virtudes y graves fallas... ¿podemos empujar más de lo primero? (O)