Esta semana celebraremos las fiestas de Quito con un parco programa de eventos. Podrían reducirse aún más los festejos, sin levantar protestas. Pan y circo, ni uno ni otro. La costumbre ecuatoriana es festejar en la víspera de las fiestas, el día anterior de cualquier conmemoración o celebración es dedicado al jolgorio, al consumo de comida y bebida, a los juegos y al baile. Al día siguiente, el propio de la conmemoración, suele dedicarse a los rituales y actos protocolarios, pero sobre todo al reposo por los excesos de la noche anterior. La francachela se da el 24 de diciembre, no el día de Navidad, y el 31 de diciembre, no el día de Año Nuevo. Así, en las fiestas por la fundación de Quito lo importante era “el 5″, la noche en vísperas del 6 de diciembre, día en el que, según documentos, se estableció la autoridad española sobre una ciudad que ya existía en esta zona por milenios. Por eso, al desplazar el descanso obligatorio a un día que no es el 6, los regocijos del 5 perdieron sentido.

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Habrá conciertos y eventos culturales, pero esos pueden producirse el 29 de febrero, el 30 de septiembre o cualquier fecha sin importancia, pues el 7 venidero ya estaremos encaminándonos a tal playa o tal selva, para disfrutar de la naturaleza durante el feriado largo. Las verdaderas fiestas no necesitan de apoyo estatal o paraestatal. Sean religiosas, como Navidad, Semana Santa o Difuntos, o más paganas que laicas, como Año Nuevo, la gente sigue sus tradiciones gastronómicas o culturales sin que las entidades públicas le organicen recitales o ferias. La verdadera fiesta proviene de una conciencia cultural arraigada. Eso explica por qué casi todas las llamadas “fiestas patrias”, creadas por decreto, tienen tan poca convocatoria. Detrás de ellas no hay nada, salvo el penoso esfuerzo del Estado burocrático para ser reconocido como “la patria”.

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Y hubo otra importante razón que conspiró contra el espíritu de las fiestas de Quito, que no surgieron de la nada. Hace unos 65 años solo los eruditos conocían la fecha de esta “fundación”, que fue desenterrada de los archivos coloniales, sin embargo, su festejo se arraigó instantáneamente. ¿A qué se debió tan repentino éxito? A que fue montada en torno a una feria de toros de alto nivel. Consistió en una concentración y regularización de un tipo de festejos que se había celebrado desde los primeros años de la presencia española. Podían celebrarse en las plazas o en calles cerradas. Se sabe que hubo toros nada menos que en la esquina de la iglesia de La Compañía. Eran eventos tumultuosos e irregulares, pero su frecuencia podía exceder el medio centenar al año. En el siglo XX se norman y formalizan y a partir de los años sesenta se concentran en la Feria de Jesús del Gran Poder, ceremonia que infundía sentido y solemnidad a las recién establecidas fiestas de fundación. Prohibido este ritual consagratorio, las fiestas se derrumbaron. Todos los que tienen cualquier posibilidad de salir se esparcen por el país y aun por el extranjero. Éxodo que es imagen, consecuencia y metáfora de una ciudad cuyos habitantes se desparraman hacia los valles y otros espacios, dejando el casco urbano tugurizado y colapsado. (O)