A continuar por caminos de deterioro y decadencia. Al incremento de las muertes que hacen noticia en diarios y medios de comunicación, todos los días, sin que ya ni siquiera nos inmutemos por esta realidad que nos define como uno de los países más peligrosos del mundo. Al asalto que cometen ciudadanos a vehículos que se accidentan y que por esa razón su carga es expuesta a la voracidad de quienes ven ahí una oportunidad para robar, porque sienten que no pueden desaprovechar la oportunidad. Al abuso del derecho que cotidianamente cometen muchos ciudadanos, abogados y, lo que es más grave y sintomático, autoridades que juzgan y también aquellas que deben controlar el correcto funcionamiento del sistema de administración de justicia.

Reorganizar las Cortes

A la expansión social de prácticas delincuenciales que, promovidas por epicentros vinculados con el narcotráfico y con otras actividades criminales, han permeado grandes estamentos ciudadanos que, contaminados por dineros ilícitos, pasan a formar parte de ese entramado de corrupción y cuando es necesario a defenderlo, porque su modus vivendi y sus propias vidas dependen de que ese modelo paralelo al Estado de derecho se mantenga y se propague, porque crecer y copar todos los espacios es su lógica esencial.

A la entronización social de la vulgaridad y al desafío triunfante de lo soez que se manifiesta públicamente en celebraciones colectivas, como ha sido evidente en diversas festividades en las cuales la degradación se impone, arrasando formas de ser culturales que ni siquiera la concebían como posible. Al menosprecio de lo que puede denominarse como buenas costumbres y a la aceptación del concepto de todo vale que se impone a grandes grupos de ciudadanos que, estupefactos y casi adormecidos, viven la decadencia.

Los grandes temas del 2024

El caso del Ecuador es especialmente dramático por el vertiginoso descenso a la oscuridad en la cual estamos sumidos y que nos hace pensar y sentir que para salir de ese marasmo pantanoso y absorbente se requiere la unidad de todos quienes piensan que la situación actual es intolerable porque no nos representa y que es una obligación patriótica buscar en nosotros, grupal e individualmente, las mejores prácticas posibles para vivirlas en la cotidianidad y así incidir, ya no desde el banalizado exhorto, sino desde una ejemplaridad cívica buscada y alcanzada.

Porque nunca hemos sido como debemos ser, con las excepciones de rigor. Porque el racismo nos define, así como la soberbia de sentirnos superiores los unos a los otros o por el aprovechamiento fácil de circunstancias que nos favorecen y la utilización del derecho para beneficio personal y no para el bien común. Adicionalmente al mejoramiento de las políticas y de las prácticas en la gestión del Estado, requerimos querer ser y llegar a ser diferentes. Conscientes del impacto de nuestros pensamientos y acciones en el sistema social y ambiental, para desde esa perspectiva contribuir con la construcción de un destino mejor, que nunca será si no cambiamos en la práctica, porque el concepto y la palabra solamente han sido formas de un discurso que siempre ha existido y pese al cual, estamos aquí. (O)