No es la primera vez que el acontecer nacional me obliga a evocar al género del esperpento, concebido por el lúcido don Ramón del Valle-Inclán, uno de los grandes dramaturgos españoles del siglo XX. Siento, sin embargo, la sensación de que hoy, más que nunca, el adjetivo esperpéntico cobra un sentido subliminal para entender, en su contexto, a la crisis judicial que atraviesa el país y que tiene como protagonista al tristemente controversial presidente del Consejo de la Judicatura, un ciudadano apellidado Terán. Pero ¿qué es el esperpento? Es la deformación grotesca de la tragedia clásica. Es el devenir ridículo de un personaje que, en su delirio, quiere encarnar al héroe épico, pero su condición grotesca lo vuelve nada más que una caricatura de su propia pretensión.

Duele y repugna el nivel abyecto al que ha caído la función judicial, que, más allá de sus graves problemas estructurales, hoy es el telón de fondo para el performance de un personaje incapaz de la mesura, la seriedad o la responsabilidad institucional. Cuando él dice que viene de las estrellas, que es un caminante de sueños, la imagen que el país tiene que soportar es la de una payasa egolatría que se difumina, como el humo, quizá para tapar una posible estrategia política, muy perversa, que busca una vez más el secuestro de la justicia. ¿En qué pensaba la Corte Nacional cuando lo nominó para el cargo?

Inmerso en su desfachatez, dice que con 2 votos se logra la mayoría, de un total de 5 vocales, para que la Judicatura destituyera a un juez de la más alta corte de la justicia ordinaria. No les importó que el quorum de instalación se lograra con la presunta presencia -el país no tiene certezas, pero tampoco dudas- de una vocal sindicada por el juez destituido. Y lo más procaz de todo: además del voto de Terán, tenemos el de un presunto borracho, que en su vida personal es libre de hacer lo que le plazca, pero al que se le exigía a gritos responsabilidad y sobriedad para el ejercicio de la alta función pública con la que desafortunadamente está investido.

(...) debe ser consciente de que esta retorcida puesta en escena nos debe llenar de vergüenza a los abogados.

Esta se ha convertido en una carrera de resistencia: hemos tenido que aguantar demasiado. ¿Cuánto más? Lo hemos visto contorsionarse en audiencias judiciales en las que ha pretendido -con éxito- desnaturalizar a la acción de protección. Lo hemos visto organizando marchas y contramarchas. Y alocuciones con el demagogo y vulgar estilo de las antiguas sabatinadas. Así como protegido por un equipo seudocomunicacional capaz de agredir a periodistas en plena entrevista. ¿Cómo es posible tolerar tanto?

Me resulta increíble que como sociedad debamos soportar esta enajenación. No nos merecemos un espectáculo tan grotesco, patético y onanista. Todo estudiante de derecho debe ser consciente de que esta retorcida puesta en escena nos debe llenar de vergüenza a los abogados. Espero que la Fiscalía General del Estado agote los esfuerzos para investigar la posible obstrucción a la justicia. Y si no lo hiciera, nos quedará el consuelo de que los protagonistas del esperpento terminarán, más temprano que tarde, representando sus fétidos papeles en el basurero de la historia. (O)