“Sería estúpido que el autor tratase de convencer al lector de que sus personajes están realmente vivos –escribió el novelista Milan Kundera–. No nacieron del cuerpo de sus madres, sino de una o dos frases sugerentes o de una situación básica. Tomás nació de la frase ‘einmal ist keinmal’. Teresa nació de una barriga que hacía ruido”.

Muere en París a los 94 años de edad el escritor checo Milan Kundera

Este párrafo está en la novela La insoportable levedad del ser. Cuando se publicó, en 1984, Kundera tenía cincuenta y cinco años y había publicado cuatro novelas y un libro de cuentos. Esta quinta novela renovaba una trayectoria que había empezado con La broma y lo acercaba a nuevos lectores de un mundo que cambiaría con la caída del Muro de Berlín en 1989. El muro levantado frente a Occidente por el Este comunista, bajo dominio soviético, era todavía algo que se erguía como un obstáculo mitificado e infranqueable. Los nuevos lectores del novelista se estaban alejando del espectro político en el que surgió su obra, que parecía sumarse a la tradición de los disidentes del comunismo de Europa Oriental, en su caso pertenecientes a la antigua Checoslovaquia. La broma, por ejemplo, aludía al riesgo de la delación bajo los sistemas comunistas, donde la menor infidencia se agrandaba por una paranoica voluntad de control de la menor crítica o posibilidad de crítica al régimen. Rompía así con la ideología totalitaria del comunismo ruso que había invadido su país. Sus siguientes novelas, como La vida está en otra parte o El libro de la risa y el olvido, son hitos que rompen, a su vez, con el realismo de la novela naturalista. No dejaban atrás ese conflicto frente al totalitarismo pero tampoco descuidaban la profundización en otros temas –el amor, el erotismo, el humor, el arte, la percepción estética de la vida y el sentido de composición de la novela–, que eran causa y resistencia del conflicto, y que le permitían superar la invasión ideológica. Son novelas arriesgadas formalmente que incluyen referentes de alta cultura, aunque estilísticamente su estilo es llano. Cuando llegó La insoportable levedad del ser, Kundera está en su plenitud como escritor con una novela donde todavía hay un telón de fondo del ambiente totalitario, pero donde se pone de manifiesto su exilio en Francia desde 1975, con la libertad ganada en un país europeo ajeno al dominio soviético. Era un novelista prohibido en su país y desdeñado en Occidente por la izquierda, tanto como lo estuvieron novelista como Bulgakov, Pasternak, Jorge Semprún y una larga lista de poetas que se llevaron la peor parte de la persecusión comunista, desde Ósip Mandelshtam, Marina Tsvetáyeva o Anna Ajmátova, hasta Joseph Brodsky. En América Latina la posta de estas persecuciones la tomó el régimen de Fidel Castro con autores donde, curiosamente, hay humor y una concepción abierta de la novela, como José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas. Pero esta es otra historia.

Kundera

Mientras Kundera publicaba la que él mismo consideraba la novela con la que alcanzó un mayor grado de libertad, El libro de la risa y el olvido, empezó a publicar una serie de reflexiones en torno a la novela. Fueron en su origen textos dispersos: entrevistas, conferencias, artículos y hasta un discurso en la recepción del Premio Jerusalén. Todos estos textos se recopilaron en el libro El arte de la novela, publicado en 1986, y que en sucesivas reediciones se corrigieron hasta tener una versión final que es la que circula en las ediciones recientes. Luego publicó tres ensayos más: Los testamentos traicionados (1992), El telón (2005) y Un encuentro (2009). Esto hizo visible dos cosas: a Kundera le interesaba reflexionar sobre la novela desde la gran tradición histórica, y en este ejercicio había cambiado del idioma checo al francés. A su manera era comprensible luego de tantos años de exilio en Francia, una sociedad que vive y piensa la novela como un valor cultural. Las novelas escritas en checo hasta La inmortalidad (1988), no se publicaban en su país, sino en Canadá, en una pequeña editorial, Nakladatelství 68, que había fundado otro expatriado checo, el novelista Josef Škvorecký.

Milan Kundera, el maestro de las letras que se ríe de la condición humana

Cuando leí El arte de la novela comprendí por qué me había impactado esa cita de La insoportable levedad del ser. Kundera sacaba a luz un bagaje sobre el arte narrativo que no se limitaba a la inmediatez de su entorno, preocupado en utilizar el género para dar un retrato sociohistórico, sino que se remontaba a una concepción de amplio espectro sobre el género. Reconocía su deuda con las novelas más destacadas de la primera mitad del siglo, sobre todo los autores de lengua alemana de origen austríaco, como Hermann Broch (Los sonámbulos) y Robert Musil (El hombre sin atributos), o checos, como Kafka. De hecho, cuando pude leer a los dos primeros, reconocí un pulso próximo al estilo ensayístico de la prosa de Kundera; con Kafka la relación es menos evidente. Su trilogía de referencia permite entender la distancia frente a la verosimilitud realista. Pero no se quedaba allí: iba todavía más atrás, se saltaba el siglo XIX, precisamente el reino del realismo, para detenerse en novelas muy concretas del siglo XVIII, como Jacques el fatalista (1778), de Diderot, o Tristram Shandy (1767) de Lawrence Sterne, y llegar al siglo XVII por el Quijote de Cervantes y al siglo XVI por Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Había una tradición de la novela y la volvía visible por encima de la doble banalización del divertimento frívolo y del compromiso político. Kundera era mucho más que un disidente ideológico: era un novelista de amplio espectro que exigía de sus novelas, y de las que leía de su propio tiempo, un nivel poco habitual, y sobre todo una comprensión de que la novela no era solamente un retrato de la rabia de un autor o un documento fotogénico, sino una forma de conocimiento. Seguiremos abordando su pensamiento sobre la novela en las próximas entregas de esta columna. (O)