La imagen de América Latina como un patio trasero de los EE. UU. se correspondió con la política exterior de Washington del temprano siglo XIX cuando se origina la “Doctrina Monroe”, la misma que se levanta luego de una declaración del presidente en 1823 ante el Congreso, planteando explícitamente que los EE. UU. interpretarían cualquier interferencia en la región de poderes externos a las Américas como un acto de hostilidad. Washington reaccionaría frente a pretensiones neocoloniales. Se trataba, en ese entonces, de una política contra las potencias europeas y cualquier intento de recuperar sus territorios o establecer nuevas colonias cuando la mayoría de naciones latinoamericanas se había independizado.

¿Qué impulsó la conquista del Oeste americano?

Esa política afrontó varios retos. El mayor de ellos fue la invasión francesa a México en 1861, apoyada entre otras naciones por España, el Reino Unido y los estados confederados sureños de EE. UU. durante la Guerra Civil de ese país. Una vez que este conflicto terminó, Washington apoyó con entrenamiento, dinero y armas a los ejércitos mexicanos de Benito Juárez. Sin embargo, cuando el Reino Unido, el de Italia y del Imperio alemán bloquearon y bombardearon puertos venezolanos en 1902, presionando el cobro de una deuda, la doctrina Monroe no fue usada y la agresión se toleró, pero este evento dio paso al corolario de la misma enunciado por Teodoro Roosevelt: los EE. UU. se atribuyeron el derecho de usar la fuerza para mantener el orden en todo el hemisferio occidental.

Los EE. UU. siguen siendo la influencia política más importante del hemisferio occidental, pero América Latina no es un patio...

En el año 2013 el gobierno de Obama renunciaba formalmente a la doctrina Monroe, pero el de Trump no ratificó nunca la idea. Más allá de las visiones de Washington, el escenario político e internacional de América Latina del siglo XXI la vuelve impracticable. La región se ha diversificado políticamente. La búsqueda de autonomía de muchos de sus países ha encontrado cauces más eficientes que disputar con Washington. Las presencias extrarregionales del presente no se parecen, en sus prácticas, a las del colonialismo del siglo XIX. Los EE. UU. ya no son el socio comercial más importante de la mayoría de países de la región, ni el mayor inversor, ni el espacio de intercambio de conocimiento científico más amplio. Los países de la Unión Europea y China, por ejemplo, son alternativas de relacionamiento. En términos globales, iniciativas como la de los BRICS o el Grupo de los 77 abren posibilidades de posicionamiento diversas en distintos temas.

BRICS, G7 y el dólar

La mayor parte de los Estados de la región son cautelosos a la hora de integrarse a bloques geopolíticos. Mantienen sus opciones abiertas y muchos de ellos son inconstantes en sus lealtades internacionales porque su propia política doméstica es muy cambiante. Los EE. UU. siguen siendo la influencia política más importante del hemisferio occidental, pero América Latina, que es diversa, fragmentada y desintegrada, no es, más allá de la retórica, un patio trasero de Washington. El uso de la fuerza militar no soluciona los problemas de intercambio económico, ni los migratorios, ni los de delincuencia organizada. El siglo XXI no es el XIX. (O)