“Todo dependerá de la decisión que tome el correísmo, ya que pragmáticamente podría optar por mantener la alianza y dejar sin sentido lo dicho en los párrafos anteriores”, así terminaba la columna del lunes pasado, y eso fue lo que sucedió. Cuando parecía que se rompía la alianza tripartita por las discrepancias en las reformas al COIP (discrepancias surgidas por la presión de la opinión pública, de ninguna manera por apego a principios), bastó con que desde el borreguismo se movieran dos fichas para evitar la catástrofe. La una fue la amenaza de poner fin a la alianza, anunciada por la hermana del líder. La otra fue la renuncia de la alterna del vocal Murillo del Consejo de la Judicatura. Ambas apuntaban al presidente de la República y a su bancada. La primera era una amenaza, la segunda era una oferta. El palo y la zanahoria, como corresponde a una alianza que está basada en el chantaje mutuo.

La amenaza fue hecha después de que les falló la principal argucia para manipular la justicia, que eran las reformas introducidas de contrabando en el cuerpo del COIP. La sagacidad y la valentía de algunos periodistas y otros tantos juristas generaron una corriente de opinión favorable a la preservación de los pocos atributos que aún le quedan al maltrecho Estado de derecho. Con ello impidieron que se abriera el boquete por el que podían blanquearse los delincuentes de cuello blanco y sus amigos de las manos ensangrentadas. Pero, no todo estaba perdido para ellos. Conocedores mejor que nadie que la pata de la que cojea el Gobierno es su debilidad política (a pesar del apoyo ciudadano manifestado en las encuestas), le presentaron la oferta. Esta era la preservación de la alianza, que despejaría la preocupación por lo que podría pasar en caso de ruptura. Para ello era necesaria la actuación del otro socio, el nebotcismo, que debió sacrificar el puesto que ya tenía en el Consejo de la Judicatura con la principalización de la suplente del vocal Murillo, para ir a algo más grande, que es llevar el tema a la Asamblea. Esta tendrá el papel central no solo en el reemplazo de ese vocal, sino en otros pasos que darán los socios de la alianza para meter la mano en la justicia. La fervorosa celebración del borreguismo, con el coro de “uno menos”, fue la más clara expresión de lo que habían logrado.

Es imposible dejar de preguntarse por las razones que tuvo el presidente de la República para apoyar esa jugarreta. Una respuesta obvia sería que buscó preservar la alianza, seguramente para no tener que encargarse del engorroso trabajo de buscar nuevos socios o, más grave aún, para evitar el aislamiento en que quedaron los mandatarios que le antecedieron. Pero, ese argumento se derrumba de inmediato o, más precisamente, se derrumbará en un tiempo muy corto. La alianza actual tiene fecha muy cercana de expiración, porque está condicionada por los dos procesos electorales que se producirán en los próximos once meses. No solo que es muy poco probable que el correísmo convoque a votar positivamente en la consulta de abril, sino que seguramente hará campaña soterrada por el no, y el nebotcismo seguramente preferirá mantenerse al margen. A esos socios no les conviene el fortalecimiento político de Daniel Noboa porque todos miran a febrero del próximo año. (O)

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