Su niñez estuvo marcada por la muerte de su madre pianista. Su adolescencia por la criminal dictadura que asoló a la Argentina desde 1976 hasta 1983. La casa de su infancia tenía un centro neurálgico: el piano, que de modo misterioso le conectaba a su madre y a la idea de la felicidad. Su padre, pese a que se había dedicado a la venta de vinilos y amaba la música clásica, quería que Fito Páez estudiara una profesión tradicional, pero él sentía un llamado distinto. En aquellos años, signados por las desapariciones, las violaciones a los derechos humanos y el miedo, una descomunal fuerza espiritual estaba cobrando vida: su nombre era Charly García. Fito lo escuchaba como se añora el futuro: con esperanza, alegría, y convicción mística.

Muy joven Fito Páez se quedó solo. Sin nadie en el mundo. Alrededor de un año antes del crimen de las abuelas había muerto su padre. Le quedaban unas pocas cosas esenciales: el amor de la cantante Fabiana Cantillo, un disco exitoso y los músicos que amaba. El resto era caos, un lugar sin sentido, un cuerpo que respiraba a duras penas. Era el dolor. La ausencia. Aún no lo sabía, pero muy adentro tenía también la memoria, que era necesaria y poderosa. Su madre, las abuelas, su padre, estaban presentes, en la música, en la piel, en el caer de la tarde sobre Buenos Aires o Rosario. Y no estaba tan solo. Ningún dolor es definitivo.

El amor después del amor, la serie de Netflix, es la brutal evocación de esos años, en que se gestó, contra viento y marea, o como respuesta a ese viento y a esa marea, uno de los más grandes compositores y músicos del rock en español de todos los tiempos. Es la historia de un niño que, como todas las personas, desconoce que la vida le arrebataría a todo lo que amaba, y que se tardaría en descubrir que el amor vuelve siempre en otras formas. Por ejemplo, logró que el legendario Luis Alberto Spinetta conozca a su abuela Delma Zulema. Quizá de esos extraños regalos que, pese a todo, tiene la vida, es que descubrió la necesidad del cable a tierra, como un volver al centro y al equilibrio, a la certeza de que también existe la felicidad. Entonces su filosofía, descrita y practicada a lo largo de su obra, ha sido: dar es dar. Entregarse. Confiar. No tener miedo a perder.

Uno de los tantos méritos de Fito, como pensador de la palabra, ha sido su capacidad para indagar en las más diversas dimensiones del amor. El amor como reparo y memoria rabiosa, que se plasma en Ciudad de pobres corazones, canción en la que procesa el crimen de las abuelas. El amor como paz fundamental en Parte del aire, que escribe tras la muerte de su padre y en la que se imagina el reencuentro de sus progenitores en la vía láctea. El amor al propio camino, que plasma en tantos momentos de su colosal creación como A rodar mi vida, Cable a tierra y Giros. El amor como transformación en Yo vengo a ofrecer mi corazón. Y ese otro amor reposado, que queda luego del estallido y el fin, tan definitivo y espiritual, en El amor después del amor. Son tan esenciales los momentos en que Fito ha estado aquí. No podríamos imaginarnos el mundo sin él. (O)