¿Cuál es la finalidad, el propósito de la vida? Las personas nacemos para ser felices, la búsqueda de la felicidad es el motivo de todos los actos de nuestra vida. Buscamos la felicidad y evitamos la desdicha, pero qué hacer cuando concurren circunstancias que hacen de la continuación de la vida una segura negación de la felicidad. Condiciones fisiológicas incurables, infrecuentes pero no raras, convierten la existencia de quienes la sufren en calvarios de dolor, malestar y angustia, de los cuales salir es imposible. Siendo la felicidad el propósito de la vida, la continuación de este don la hace perder justificación y sentido, ¿cabe abrir una puerta?

No puede haber pretexto válido para tomar la vida de una persona. Pero el ser humano, el animal racional, está dotado de una serie de capacidades que le hacen único en la naturaleza. Somos seres metabiológicos, nuestra realidad no se explica exclusivamente por fenómenos comunes a los otros seres vivos, sino que trasciende ese nivel con manifestaciones como esta inquietante posibilidad de disponer de la propia vida, cosa que no puede hacer ningún otro ente. Es la expresión más abrumadora de otra realidad metabiológica, la libertad. Si nos es imposible cumplir con el mandato fundamental de la vida y se nos dotó de la posibilidad de terminar con la frustración y el dolor, parece ético optar por el fin del sufrimiento.

Hasta allí nos trae la lógica, pero topamos con una serie de estructuras culturales, religiosas, axiológicas, económicas, que se cuajan en legislaciones y costumbres que nublan la comprensión de este problema. Son parte también de nuestra esencia metabiológica, realidades que no pueden borrarse de un plumazo. La religión mayoritaria de los ecuatorianos y nuestra legislación coartan la posibilidad de que un paciente pueda optar por una muerte digna y no permiten a nadie colaborar en ese propósito. Esto lleva a algunas personas a hacerlo a su manera, rechazando medicinas o alimentos, acelerando la llegada del fin de forma peligrosa y no siempre certera. Como he visto algunos casos en mi entorno, puedo colegir que deben ser frecuentes. Por otra parte, se ha oído de médicos que han desafiado la prohibición y han colaborado activamente en el proceso. Como se hace en acuerdo con el paciente y su familia, no hay denuncia y lo cubre el silencio.

Conocí en mejores tiempos a Paola Roldán, una joven madre inteligente y bella, que es trágica víctima de una enfermedad paralizante que la conduce a la muerte tras imponer situaciones intolerables. Expuesta a este destino, no ha querido tomar atajos de incertidumbre o ilegalidad. Ha emprendido, a pesar de su estado crítico, una acción legal ante la Corte Constitucional para que este organismo declare la inconstitucionalidad de la penalización de la colaboración de médicos en los procesos de pacientes incurables y expuestos a evidente sufrimiento, que han optado por buscar una muerte digna. Esta posibilidad implica una cuidadosa regulación para impedir que sea utilizada de manera dolosa o irresponsable. Acto admirable el de Paola, que deja un luminoso legado para todos los ecuatorianos al romper las barreras del sufrimiento y la mentira. (O)