Así se titula el cuadro con el que Oswaldo Viteri ganó el Premio Mariano Aguilera de 1960. Provenía de la figuración libre, con obras como la galardonada inicia un diálogo con el abstracto y otras corrientes no figurativas que lo llevaran a nuevas propuestas. Esta etapa marcará con fuerza toda su trayectoria, por más que se fuera deslizando en un largo viaje de regreso a la figura.

La luna. Los artistas coloniales pintaron un transmundo poblado de dioses, ángeles y santos blancos, de mejillas encarnadas. Algún rasgo mestizo, un resto de paisaje, un detalle terreno y ecuatorial, si aparecen, parecen no consentidos, casi por accidente y excepcionalidad. En el fondo de este empíreo celestial está el infierno, desproporcionado y aún más irreal. Se diría que estos maestros no vivían en la Tierra, estaban en la Luna.

Oswaldo Viteri, 80 años y con toda una obra por delante

La casa. A mediados del siglo XIX comienza a descubrirse el país. Serán los grandes paisajistas, que aterrizan en la realidad a nivel de la geografía. Los humanos que aparecen en esos colosales montes, ríos y selvas tienen una dimensión vegetal y aun mineral. Es una casa casi deshabitada.

El hombre. Temprano en el siglo XX aparece una pléyade de plásticos que descubren al ecuatoriano, al ser humano que mora en esa casa de orografía ciclópea y naturaleza lujuriante y sabe que tras de esos muros de basalto y andesita hay un transmundo en el que cree porque insufla espíritu y sentido a los cielos y la tierra. Dotada estirpe que colocará al Ecuador en el atlas del arte mundial, su dimensión es planetaria, digan lo que digan los pequeños opinadores que fingen ignorarnos. En esta aristocracia de pincel y cincel, Viteri será quien haga el aporte más sabio, más culto e informado. Arquitecto, académico, estudioso de la antropología que participó en las más serias investigaciones de folclore. Cultor del zen, esa sutil luz que se adivina especialmente en sus grabados y tintas.

Los desastres de las guerras, Oswaldo Viteri aboga por la paz

Era un manantial inagotable, un ser humano extraordinario, curioso y travieso, a la búsqueda de nuevos elementos. Sorprendió al arte universal con sus colajes de muñecas, técnica de la que extrae una enorme cantidad de contenidos. Una luz, un añadido de fibras vegetales, alamares, ropa vieja; la disposición, la dimensión, el color le servían para dotar de mensajes a los pequeños figurines de trapo. Este feliz sendero no le impedirá retomar la figuración pura en vigorosos retratos y el expresionismo en sus series “políticas” de Los desastres de la guerra y Los forajidos. Porque Oswaldo no estaba en la luna, sino que participaba con su arte en los grandes debates de su tiempo, pero también con la acción directa, como en los años recientes integrando el Cauce Democrático opuesto a la última dictadura. Serán su vocación democrática y su afición a la fiesta de los toros los conceptos angulares que me identificarán con este fogoso creador, con este ambateño bueno y generoso a quien hace algunos años en esta misma columna llamé “el gigante altruista”.

El hombre Oswaldo Viteri ha muerto, la casa está vacía, la luna se ha puesto. Con este tránsito una de las etapas más brillantes de la plástica ecuatoriana ha concluido. Oswaldo, mi amigo. (O)