Esta desbordada incapacidad de la administración de Guillermo Lasso, que nos ha llevado a revivir los tercermundistas apagones del Ecuador del siglo XX, es una metáfora perfecta para describir el tiempo en que vivimos: la posibilidad patente de la oscuridad ante el futuro. Los grandes debates políticos e ideológicos en América Latina son cada vez más silvestres, payasos y propensos a los extremismos de derecha o izquierda, o mejor dicho, al fanatismo antagónico de las sectas que se presentan como alternativas electorales. Lo de Argentina es desolador: la posibilidad de la barbarie (Javier Milei, que sigue los consejos de su perro muerto) ha vuelto viable un proyecto político fracasado, el del peronista Sergio Massa, ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández, con el que la inflación llegó a 138 % en este año.

América Latina se convierte, día tras día, en un decadente circo de políticos pusilánimes, en donde la pirotecnia tiene más efectividad que el debate de ideas. La izquierda, con muy pocas excepciones (Gabriel Boric), sigue incapaz de cuestionar las sangrientas y empobrecedoras dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. No ha podido definir, internamente, su posición frente a los derechos de las mujeres a desarrollar, libres de injerencias estatales o de criminalización, su vida sexual y reproductiva. Aún proponen candidatas y candidatos antiderechos o defienden a líderes acosadores.

Quizá escribo esta columna con la superflua esperanza de que este régimen de transición... propicie un gran acuerdo...

Quizá como reacción a los excesos de los supuestos socialismos del siglo XXI, ha surgido en el continente una tendencia igual de delirante y distorsionada, desde la otra vereda: un movimiento libertario que, en sus distintas vertientes, promueve la veneración a los conquistadores españoles, el libre porte de armas, un catolicismo inquisidor a ultranza y, entre otras irresponsabilidades, la eliminación de la política pública en casi todas las áreas de la vida nacional, como salud, educación, cultura, o medio ambiente (Milei, por ejemplo). Son capitalistas sin capital que, incapaces de la complejidad, encuentran diablos socialistas en el paisaje que miran. Muchos veneran el sofisticado totalitarismo de Nayib Bukele que, en términos institucionales, es un chavismo cualquiera con rimbombante infraestructura carcelaria.

Si esas son las alternativas para el futuro continental, creo que estamos perdidos. Pienso que las funcionales democracias contemporáneas, que han permitido derechos de libertad y margen para el progreso, se han construido con grandes consensos. Decía el arquitecto de la democracia española, Adolfo Suárez: ceder en lo accesorio, para no ceder en lo esencial. Y lo esencial para América Latina, particularmente para el Ecuador, es la posibilidad de tener un futuro, que difícilmente podría diseñarse con el binarismo sectario de hoy. Quizá escribo esta columna con la superflua esperanza de que este régimen de transición que empezará pronto propicie un gran acuerdo de mínimos esenciales, de todos los sectores, para asegurar que la democracia ecuatoriana tenga un porvenir y no perezca frente al crimen organizado y la egolatría fanática de los que están a favor y los que están en contra del pasado. (O)