Determinados grupos sociales ecuatorianos siempre estuvieron en contacto con los más importantes avances civilizatorios mundiales, los comprendieron y adhirieron a ellos, replicando -con las adaptaciones del caso- esas formas de vida en sus propios espacios personales, familiares y grupales. Muchos ciudadanos locales vivieron y se educaron en países extranjeros y fueron influenciados por sus modos de vida y por su visión del mundo. Algunos lo hicieron porque contaban con los recursos económicos necesarios y, otros, por su afán de conocer, experimentar y asimilar las formas de ser y actuar de los países ricos.

La simplificación

La relación de esos ciudadanos con sociedades europeas y de otras regiones líderes en el mundo occidental significó para ellos la adquisición de una suerte de prestigio cultural e intelectual que generó reconocimiento y, de cierta manera, respeto por parte de la comunidad ecuatoriana, que consideraba que quienes habían vivido esa circunstancia tenían a su favor algunos elementos positivos que hacían que su criterio sea calificado como más elaborado y mejor que el de quienes nunca la habían experimentado.

Sin embargo, ese hecho dejó de ser valorado como definitorio de la calidad del enfoque y de los puntos de vista sobre las cosas y la convivencia. Los otros integrantes de la sociedad, que históricamente, por múltiples razones, no tuvieron la oportunidad de salir del país, desarrollaron localmente sus criterios y relativizaron la experiencia internacional como argumento de autoridad, sobre todo por la flagrante y contumaz incoherencia del hacer y actuar del grupo intelectualmente conectado con las avanzadas doctrinas sociales gestadas en el extranjero, con su discurso político y filosófico.

La importancia de un Estado con tres poderes separados

Así, quienes históricamente expectantes esperaron siempre que el sistema social y las estructuras políticas, económicas y administrativas -lideradas en el país por quienes las conocieron de primera mano- funcionen efectivamente permitiendo la vigencia de la equidad, la justicia, la solidaridad y de los otros grandes objetivos del humanismo mundial, sintieron en carne propia el fracaso de esa propuesta doctrinal y construyeron desde sus propios criterios provenientes de la marginalidad y la exclusión sus formas de actuar y de vivir, que en muchos casos se encuentran en las antípodas del derecho y del discurso político. Su lucha por su vida y la de los suyos repudia al sistema por inoperante y desprecia en consecuencia a sus mentores y teóricos, que nunca fueron lo suficientemente coherentes con su discurso que solo sirvió para la perpetuación de su estatus y jamás fue considerado seriamente para implementarlo y darle vigencia real.

Desde esta perspectiva, la tradicional institucionalidad integrada por elementos jurídicos y políticos fracasa estrepitosamente, posicionando en su lugar a formas sociales caóticas a las cuales los grandes grupos sociales empobrecidos y desairados por la doctrina convencional adhieren con fervor, porque pese a todo son espacios que los acogen, proponiéndoles un presente mejor que el yermo y extraviado escenario del vacío en el que sobreviven. (O)