Con la victoria en las elecciones primarias de Nueva Hampshire ha zarpado la nave de Donald Trump hacia la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Para tal navío se avizora un feliz arribo a un triunfo en las elecciones generales y de allí una navegación difícil en el embravecido mar de la política mundial, que afronta uno de los peores temporales de la historia. No luce el anciano capitán con la capacidad adecuada para conducir tan importante barco en esta mar gruesa, con tormentas desatadas y vientos feroces. Los años no lo hicieron más sabio, ni más prudente. Sus malas costumbres permanecen e incluso parecen haberse acentuado. Postulado por el Partido Republicano, qué lejos está de las austeras y claras ideas que se suponen orientan al republicanismo: el gobierno de la mayoría en beneficio de todos.

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En los países hispanohablantes ha surgido una corriente peligrosa de gentes que sin el menor empacho se proclaman a la vez liberales y trumpistas. Un error de esa laya no interesaría mucho en Ecuador, en donde la enorme mayoría, incluso los “líderes de opinión” y políticos activos, piensan que los asuntos internacionales “no son con ellos” y que podemos vivir inmersos en las miserables realidades domésticas, sin siquiera enterarnos de la marcha del mundo. Pero el problema radica en que, quienes están expuestos a caer en la venenosa mezcolanza del liberalismo trumpista, son justamente personas atentas a la geopolítica, incluso activistas en busca de una salida liberal honesta para América Latina. Serían los llamados a ser la sal de esta tierra y ya sabemos que si la sal se vuelve amarga... bueno, un desperdicio. Precisamente para ellos escribo artículos sobre estos temas.

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El filósofo Jean-François Revel decía hace cuarenta años que era una vergüenza que en el análisis político no haya un acuerdo sobre qué es lo que significa ser liberal y conservador, pues estas dos palabras se entienden de diversa manera en los Estados Unidos, en Europa y en Latinoamérica. Esta confusión a veces provoca espejismos y distorsiones. Trump es conservador en los Estados Unidos y lo sería aquí. Es autoritario, nacionalista, está en contra del libre comercio y no entiende lo que significan las libertades esenciales como la de movilización. Nada le ha aportado ser nacido en Nueva York porque tiene una visión pueblerina y chata de la política. Sin una idea clara de lo que históricamente significa Occidente ni del papel de los Estados Unidos en esta cultura, su menos que mediocre presidencia anterior se orientó en función de intereses mezquinos y no contribuyó en lo absoluto a hacer grande a América otra vez. Los liberales no podemos dejarnos llevar por una postura irresponsable, que considera que debemos quedarnos inermes frente a los Estados imperiales, cuya estrategia prioritaria es destruir a los Estados republicanos. Trump pretende abandonar a Ucrania y Taiwán a merced de los emperadores de Rusia y China, debilitar o acabar con la OTAN, destruyendo así a Occidente como bloque. Por eso una nueva presidencia suya en este momento sería una decisión suicida para los Estados Unidos. (O)