El negocio de las drogas ilegales producidas en la región andina se articula a un fenómeno global. Si seguimos la cadena de pasos que llevan a la producción, transporte y distribución de la cocaína, por ejemplo, constatamos que se trata de un mercado internacional. La hoja de la planta se cultiva básicamente en Bolivia, Colombia y Perú. Se refina también en esos tres países y se distribuye a mercados en todos los continentes a través de varias naciones. Las más relevantes de ellas son los propios países productores, pero sobre todo los hubs de acopio: México, Ecuador, Venezuela y Paraguay, entre otros. La demanda más importante ahora viene de Europa, América Latina y de los EE. UU.

Al igual que cualquier otro producto de materia prima agrícola, el valor de la cocaína aumenta con cada paso en la escala de distribución y, del mismo modo que el cultivador de maíz recibe cantidades irrisorias por su cosecha en comparación con los precios de un supermercado, los campesinos que siembran y recogen la hoja de coca ganan una miseria frente a los costos de un gramo industrializado comprado en París, Miami o Santiago. La ilegalidad de la producción y la distribución aumenta la cantidad de intermediarios y los costos de manera exponencial por la naturaleza clandestina del mercado. De hecho, los valores de cada paso de la industria son altísimos por la prohibición precisamente.

El mercado de drogas ilegales es dinámico. En distintos momentos diferentes psicotrópicos estuvieron en la cúspide de la rentabilidad. Esto depende de las transformaciones de la vida social y de la cultura. Marihuana, heroína, cocaína, drogas sintéticas como metanfetaminas y fentanil son substancias cuya producción y consumo determinan la forma del mercado. Pero la cocaína y la heroína se han mantenido con una demanda sustantiva.

La competencia en el negocio es violenta, la fuerza letal se usa contra el Estado y contra las organizaciones rivales...

La producción, distribución y consumo de substancias prohibidas descansa en redes ilegales muy fragmentadas pero conectadas en el espacio internacional. Las drogas andinas, que 30 años atrás dependían de las grandes organizaciones, ahora se manejan, como la mayoría de las mercancías, desde los distribuidores. Los grandes carteles productores ya no existen, se disolvieron en centenares o miles de microemporios productivos. Quienes las conectan con los mercados fuera de la región en los Andes son principalmente organizaciones mexicanas y europeas. Ellas determinan precios y rutas de transporte.

La competencia en el negocio es violenta, la fuerza letal se usa contra el Estado y contra las organizaciones rivales con frecuencia, y en esa dinámica las víctimas civiles son numerosísimas. Las prácticas ilegales retan a las instituciones, contaminan a los servidores públicos, atraviesan los centros de poder, tientan a los políticos y todo eso construye escenarios que a veces desestabilizan el conjunto de la sociedad. Ello ha ocurrido en Centroamérica, Colombia, Perú en el pasado, y ahora en Ecuador. Un Estado débil, disminuido, reducido, a merced de intereses particulares, una sociedad paralizada e inactiva, no son la respuesta al problema. Los discursos superficiales tampoco. (O)