Esa era la impresión que tenía del Gobierno militar presidido por Guillermo Rodríguez Lara, que he confirmado leyendo el “testimonio” que ese mandatario expone al historiador Enrique Ayala Mora en una serie de entrevistas. La información lograda se registra en un libro publicado el mes pasado con motivo del centenario de vida del general Rodríguez, hito que lo convierte en el jefe de Estado más longevo de la historia ecuatoriana. Merece anotarse que logró esa condición hace apenas dos años, pues el presidente Isidro Ayora murió cuando tenía ya 98. Y el de más edad que ejerció la primera magistratura fue José María Velasco Ibarra, quien fue derrocado precisamente por Rodríguez Lara cuando estaba por cumplir 79 años.

Todo trabajo que recoja la memoria histórica se agradece, sobre todo si parte de la buena fe y el profesionalismo de sus autores. Es un dique al olvido y la ignorancia. Este criterio es particularmente importante para entender hechos no muy lejanos, que justamente por su cercanía están distorsionados por sesgos, intereses y prejuicios. También son poco analizados científicamente a cuenta de esa proximidad y no se aprovecha mientras se puede la versión de los propios protagonistas. Este volumen es a la vez, y así se dice en los diálogos entre Rodríguez Lara y Ayala, una autobiografía, unas memorias y un libro de historia. El entrevistador no evade ningún tema y el entrevistado no lo rehúye. Hay amplia información sobre los orígenes y la vida de quien gobernaría el país por cuatro años menos un mes. Sus declaraciones nos dan muy clara idea sobre hechos críticos, como la caótica dictadura de Velasco Ibarra, la preparación del golpe militar de 1972, el rol internacional del Ecuador en esos años, el cuartelazo del “32 de agosto” y el inusitadamente pacífico cambio de gobierno en 1976, así como el balance de las reformas pretendidas y las logradas. No olvidemos que en ese lapso se dio el salto de un paupérrimo país agroexportador al Estado petrolero mucho más pudiente.

Como siempre, mi propósito es incentivar la lectura, pero me permito unas opiniones sobre el personaje y los hechos materia de esta publicación, tomando en cuenta la información en ella contenida. Rodríguez Lara fue un dictador que llegó al poder mediante un golpe militar; Ayala se lo recuerda más de una vez con claridad. Pero no fue un tirano. Qué lejos estuvo de las feroces dictaduras asesinas de su tiempo; sus medidas represivas fueron poco menos que anecdóticas en una época trepidante y violenta. Ejerció el poder sujeto a un marco programático y jurídico que siempre respetó. Fue un gobierno personal, pero siempre comprometido con la voluntad y los propósitos corporativos de las Fuerzas Armadas. No podemos decir que esta administración benévola lo legitima, pero sí lo absuelve. Muy otra sería su imagen si hubiese dado paso efectivo a una restructuración republicana. Conocido desde antes de su gobierno con el afectuoso sobrenombre de Bombita, se define como de centroizquierda y, en verdad, las reformas emprendidas se orientaron en tal sentido. ¿Fue este un rumbo correcto? Esto podemos discutirlo más adelante con quienes lean este testimonio. (O)